domingo, 5 de junio de 2011

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El límite de su habilidad consistía en exigir un poco de dinero en e­fectivo tomado de los pagos hechos por las iglesias en esa época, (las cuales no estaban activamente en su contra al principio pero a quienes ésto ­les molesto infinitamente), y algunos gastos domésticos.

 

Él pudo (y debió) haber separado toda la propiedad y los bienes Realistas para ser divididos entre sus oficiales, sus hombres y sus partidarios. Ahora ya no tenían dueños y esta falla le costó a la economía del país la  pérdida de impuestos de todas esas propiedades productivas (toda la riqueza de la tierra). Así es que no es extraño que su gobierno con sus propiedades sujetas a impuestos ahora inoperantes o, en el mejor de los casos, dominados por un especulador o saqueados por indios, fuera insolvente. También, por no hacer un acto tan obvio, entregó la propiedad en manos de enemigos más prudentes y dejó a sus oficiales y hombres sin un centavo para finan­ciar cualquier tipo de apoyo para su propia estabilidad en la nueva sociedad y por lo tanto para la suya propia.

 

En lo que se refiere a las finanzas del estado, las grandes minas de  Sudamérica, de repente sin dueños, primero fueron descuidadas luego arrebatadas y trabajadas por aventureros extranjeros que simplemente llegaron  y las tomaron sin pagar nada.

 

España había regido el país bajo la finanza de diezmos sobre minas e impuestos generales. Bolívar no sólo no cobró los diezmos sino que dejó que la tierra se volviera tan inservible que era imposible que pudiera ser sujeta a impuestos. Él debió haber hecho que las propiedades produjeran de cualquier forma y debió haber operado por medio del estado todas las minas Realistas una vez que las tuvo.

 

El no hacer éstas cosas fue completa, aunque típicamente humanoide, una locura.

 

Al hacer esta división de propiedad él debió haber dejado a cargo de comités de oficiales que operaran como cortes de demanda sin ensuciarse sus propias manos en la corrupción natural. Él quedó doblemente expuesto ya que sólo no le prestó atención sino que cuando alguien si sacó algo, obtuvo el­ nombre de corrupto.

 

Falló también en reconocer la naturaleza distante e inconmensurable de sus países a pesar de todos sus viajes y batallas por ellos y por lo tanto buscó un gobierno estrechamente centralizado, no sólo centralizando a los estados sino también centralizando a las varias naciones en un estado Fede­ral. Y esto sobre una enorme tierra llena de cordilleras invencibles, junglas y desiertos infranqueables y sin correo, telégrafo, sistemas de rele­vos, caminos, vías ferroviarias, barcos de río y ni siquiera puentes para peatones reparados después de una guerra de desgaste.

 

El paso de pueblo a estado, de estado a país y de país a estado Fede­ral sólo fue posible en un territorio tan enorme donde nunca podía conocerse en persona a los candidatos en ningún área amplia y cuyas opiniones ni  siquiera podían circular más allá de una milla de brecha en burro, dónde sólo el pueblo era demócrata y el veto designado sobre la voluntad del pueblo, siendo él el ratificador de títulos si siquiera necesitara eso. Con sus propios oficiales y ejércitos controlando la tierra como dueños de todo lo a­rrebatado a los Realistas y a la Corona de España, no hubiera tenido ningunas revueltas. Hubiera habido pocas guerras civiles pequeñas por supuesto, pero pudo haber existido una corte de nivel federal para manejar sus demandas manteniéndolas y viajando tanto sobre aquellas extensas distancias que ­hubiera, por un lado, debilitado su entusiasmo por la litigación, y por o­tro, por medio de los acuerdos de ojo por ojo y diente por diente, hubiera­ ganado los gobernantes más fuertes si él hubiera permanecido imparcial.

 

Él no se salió y abdicó de una posición dictatorial. Confundió la aclamación y habilidad militar como herramienta de paz. La guerra sólo trae la ­anarquía, así que él tuvo anarquía. La paz es algo más que una "orden en pro de la unidad", su frase favorita. Una paz productiva es hacer que los hombres se ocupen de algo y darles algo para que hagan algo que ellos quieran hacer y decirles que sigan adelante con ello.

 

Él nunca logró reconocer a un supresivo y nunca consideró que se necesitara dar muerte a nadie excepto en el campo de batalla. Ahí era glorioso. Pero alguien que destruía su propio nombre y su alma, y la seguridad de cada seguidor y amigo, el Supresivo Santander, su vicepresidente, que pudo haber­ sido arrestado y ejecutado por un escuadrón de la guardia basándose en una centésima parte de las pruebas disponibles, y que pudo sobornar contra él a toda la tesorería y a la población poniéndolos en su contra, sin que Bolívar, quién continuamente era puesto sobre aviso y cargado de evidencia, ni siquiera fue reprendido jamás. Esto causo su pérdida de popularidad y su exilio final.

 

Del mismo modo también dejo de proteger a su familia militar o a Manuela Saenz de otros enemigos. Así es que debilitó a sus amigos e ignoró a ­sus enemigos simplemente por descuido.

 

Su error más grande fue que al destituir a España él no destituyó el  esbirro más grande de esa nación, la Iglesia, y ni siquiera la hizo local, ni recompensó a una rama sudamericana separada para obtener su lealtad, ni le hizo nada absolutamente( excepto extorsionarla para sacarle dinero) a una organiza­ción que continuamente trabajaba para España como sólo ella podía hacerlo:­ influyendo en cada persona en el país para crear, entre bastidores, un reinado de terror directamente anti-Bolivar. 0 sobornas a tal grupo o lo desapareces cuando deja de ser universal y se vuelve o es cómplice del enemigo.

 

Como la Iglesia poseía grandes propiedades y las tropas de Bolívar y  sus seguidores no recibían paga ni siquiera un sueldo de soldado raso, si uno iba a pasar por alto las propiedades Realistas, uno por lo menos debería de haber confiscado las propiedades de la iglesia y habérselas dado a ­los soldados. El General Vallejo hizo esto, en 1835 en California, un acto ­casi contemporáneo, sin ninguna catástrofe de Roma. 0 los países pobres pudieron haberse apoderado de ellas. Tú no dejas a un enemigo con recursos o­ solvente mientras permites que tus amigos se mueran de hambre en un juego como el de la política Sudamericana. ¿Oh no?

 

Él desperdició a sus enemigos. Él envió al extranjero a los "godos" o  soldados Realistas derrotados. La mayoría no tenía más hogar que Sudamérica. Él no emitió ninguna amnistía con la que pudieran contar. Fueron despachados o a­bandonados para morir como perros, entre ellos los mejores artesanos del país.

 

Cuando uno (el General Rodil) se negó a entregar la fortaleza de Callao después que se conquistó Perú, Bolívar después de grandes gastos de amnistía falló en obtener la rendición y luego peleó por el fuerte. Cuatro mil refugiados políticos y cuatro mil tropas Realistas murieron por muchos me­ses ante la vista total de Lima, combatidos duramente por Bolívar sólo porque el fuerte estaba peleando. Pero Bolívar tenía que enderezar a Perú urgentemente, no pelear contra un enemigo derrotado. La respuesta correcta a un comandante tan tonto como Rodil, ya que Bolívar si tenía las tropas para ha­cerlo, era cubrir los caminos con un potencial de doble fila de cañones para desanimar cualquier salida del fuerte, poner a un gran número de sus propias tropas en una posición distante de ofensiva pero tranquila de confort y decir, "No vamos a pelear. ¡La guerra ya se acabó, tonto¡ Mira a esos tontos ahí, viviendo entre ratas cuando podrían salir simplemente y dor­mir en sus casas o irse a España o enlistarse conmigo o simplemente irse a ­acampar". Y permitir que cualquiera que así 1o deseara entrara y saliera,­ haciendo que el comandante del fuerte (Rodil) fuera presa de cada esposa o madre gimiente desde afuera y de los que quisieran desertar o rebelarse desde adentro, hasta que desistiera con vergüenza de la farsa: un hombre no puede pelear solo. Pero la batalla era la gloria para Bolívar Y él se volvió intensamente antipático porque el incesante bombardeo que no llegaba a ningún lado era muy molesto.

 

Los honores significaban mucho para Bolívar. Ser querido era su vida. ­Y probablemente significaba eso más para él que ver que las cosas estuvieran realmente bien. Nunca comprometió sus principios, pero vivió de la admiración, una dieta bastante deprimente ya que exige del teatro continuo. Uno es lo que es, no aquello por lo que es admirado u odiado. Juzgarse a sí mismo por­ sus éxitos es simplemente observar que los postulados funcionaron y eso alimenta la confianza en la habilidad de uno. Necesitar que se le diga a uno que si funcionaron sólo critica 1a propia vista y le entrega una lanza al enemigo para hacer una herida en la va­nidad de uno a gusto del enemigo. El aplauso es agradable. Es grandioso que se le agradezca o admire a uno, Pero, ¿trabajar sólo para eso?

 

Y su anhelo por eso, su adicción a la droga más inestable en la historia - la fama - mató a Bolívar. Esa lanza que él mismo ofreció. Él continuamente le dijo al mundo cómo ma­tarlo: reduciendo su propia estima. Así como el dinero o la tierra pueden comprar cualquier cantidad de intrigas, a él se le pudo haber matado coagu­lando la estima, la cosa más sencilla que puede lograrse que haga el populacho.

 

Él tenía todo el poder. No lo uso ni para bien ni para mal. Uno no puede retener el poder y no usarlo. Esto viola la fórmula de poder. Porque esto entonces impide a otros que hagan las cosas que harían si ellos tuvieran algo de poder, así que entonces ven como su única solución la destrucción ­del que retiene el poder, ya que él, al no usar el poder o delegarlo, es el bloqueo inconsciente de todos sus planes.

 

Así es que muchos de sus amigos y ejércitos finalmente estuvieron de  acuerdo en que se tenía que ir. No eran hombres capaces. Estaban confundi­dos. Pero buenos o malos tenían que hacer algo. Después de 14 años de guerra civil la cosa era desesperada, estaban destrozados y muertos de hambre.­ Por lo tanto o tenían que tener algo de ese poder absoluto o de lo contrario no se podía hacer nada. No eran grandes mentes. Él no necesitaba ningu­nas "grandes mentes", eso pensaba, aun cuando las invitara verbalmente. Veía las soluciones mezquinas, a menudo asesinas, de estos, y los reprobaba duramente. Y así siguió reteniendo el poder y no lo usó.

 

Él no podía soportar otra amenaza a su personalidad.

 

Las dificultades en Perú empezaron cuando él venció a su verdadero conquistador, San Martín (de la Argentina), en un mezquino triunfo acerca de anexar Guayaquil a Colombia. Bolívar quería verse de nuevo triunfante y no observó que en realidad le costó a él y al Perú el apoyo de San Martín, quién comprensiblemente renunció y se fue a su casa, dejando que Bolívar conquistara a Pe­rú. Desafortunadamente, ya había estado en sus manos. San Martín necesitaba algunas tropas para limpiar un pequeño ejército Realista, eso era todo. No necesitaba que Perú perdiera Guayaquil, ¡Lo qué a nadie le hizo ningún bien de todos modos¡.

 

Bolívar se ponía inactivo cuando se enfrentaba con dos áreas llenas de problemas. No sabía para qué lado ir. Así es que no hacía nada.

 

Más valiente que cualquier otro general en la historia en el campo de batalla, los Andes o en torrenciales ríos, no tenía realmente la valentía  necesaria para confiar en las mentes inferiores y hacer frente a sus muchas veces espantosos errores. Tenia miedo de sus errores. Así que no se atrevía a desatar a su numerosa jauría deseosa.

 

Podía guiar a los hombres, hacer que se sintieran de maravilla, hacer­ que lucharan y dieran sus vidas con privaciones que ningún ejército en el  mundo ha afrontado jamás o desde entonces, pero no podía usar a los hombres cuando le estaban rogando que los usara.

 

Es un nivel aterrador de valentía usar hombres que tú sabes que pueden ser crueles, viciosos e incompetentes. Él no tenía miedo de que alguna vez se volvieran contra él. Hasta que finalmente lo hicieron, sólo entonces quedó conmocionado. Pero el protegía "al pueblo" de la autoridad dada a hombres de dudosa competencia. Así que en realidad nunca uso más que a tres o cuatro generales de leve disposición y enorme y sobresaliente habilidad. Y a los demas les nego el poder. Muy cuidadoso de la "gente" nebulosa pero muy malo en realidad para e1 bien común y esto en verdad causo su muerte.

 

No, Bolívar era teatro. Era solo teatro. Uno no puede cometer tales errores y todavía pretender que uno piensa en la vida como vida, sangrienta y real. Los verdaderos hombres y la verdadera vida están llenos de si­tuaciones vivas, peligrosas y violentas y las heridas duelen y el hambre es desesperación en sí especialmente cuando uno la ve en aquél a quien ­uno ama.

 

Este poderoso actor, apoyado con un potencial personal fantástico, cometió el error de pensar que el tema de la libertad y su propia gran actuación sobre el escenario eran suficientes para invertir todas las horas de trabajo y sufrimiento de los hombres, comprar un pan, pagar sus ­prostitutas, matar a los amantes de sus esposas y cerrar sus heridas o ­hasta para poner suficiente drama en sus muy oprimidas vidas para hacerlos que quisieran vivirlas.

 

No, Bolívar era por desgracia el único actor en la escena y ningún  otro hombre en el mundo era real para él.

 

 

Y así murió. Ellos lo amaron. Pero ellos también estaban en el scenario muriendo en su libreto o en el libreto por la libertad de Rousseau pero no en el libreto para vivir sus vidas reales y verdaderas.

 

El fue el general militar más grandioso de cualquier historia medido contra sus obstáculos, la gente y la tierra a través de la cual él peleo.

 

Y fue un fracaso total para él y para sus amígos.

 

Aun considerando que, encima, fue uno de los más grandes hombres que han vivido. Así vemos, lo verdaderamente miserables que deben ser otros en su papel de líderes, que se encuentran entre los hombres.

 

 

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