domingo, 26 de junio de 2011

REBELION EN LAS ESTRELLAS 14

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO CATORCE

La noche desplegaba sus negras alas sobre la Base del Planeta Hogar. Figuras como sombras se movían alrededor

del oscurecido interior de la Base de Operaciones - guardias, los dos jefes de Renegados y algunos barbudos

psiquiatras entre ellos. Parado al lado de la mesa, Chi sujetaba una lapicera. Estaba transpirando copiosamente, ya

que Xenu también se encontraba allí. Estaba absorto en la Fase Dos, así que solo escuchaba a Chi a medias,

cuándo este llamó a las estrellas y a los Planetas con una temblorosa voz.

 

"Todas las Bases Galácticas del Sistema

Vega."

 

Monótonamente Chi hizo una cruz en el mapa. En ese momento el micrófono sonó.

"Base Galáctica Tierra

totalmente destruida."

 

Viva por esas noticias... Chi cambió una mirada de satisfacción con Xenu, dibujando una

exagerada cruz en el mapa. Con una sonrisa miró a su Jefe

 

. ‘Final de la Fase Dos.’ "

Ahora que todas las posiciones

fueron removidas, ¿cuáles son sus próximas ordenes?"

 

Muy contento consigo mismo. Xenu se estiró, se levantó

estirándose aún más. Así que esto era lo que se sentía al ser el Jefe Supremo de todo. Buscó su bastón y rengueó

al centro de la habitación.

Asumiendo una pose majestuosa, sabiendo que todos los miraban, habló saboreando cada palabra al máximo.

"Emitan una Proclamación Galáctica. Debido a la ola de crímenes, la ley marcial se implantó en todos los Planetas. Aún en este

momento nuestros agentes planetarios estarán embargando todos los centros gubernamentales. ¡Pero esto no es suficiente!"

 

Hizo un

gesto tajante.

 

"Como ustedes saben muy bien, las minorías pueden objetar, lo cual quiere decir que los pensadores independientes

protestarán contra un Estado Policial funcionando perfectamente. Esta es la manera ideal de gobierno. Mas allá nuestros planetas

tienen una superpoblación. La Fase Tres consiste en cercar a esas personas en cada Planeta, llevarlas a la Tierra y exterminarlas."

Un murmullo de acuerdo se extendió por el grupo. Uno de los Jefes de Renegados buscaba ventaja de estos

negocios. Los ojos de Xenu se achicaron

 

"Si ustedes deben de hacer esto, debe de ser dentro de la ley."

Chi estaba más

contento que nunca, más de lo que nunca podría estar con la presencia de Xenu a su alrededor. Habló

aceleradamente.

 

"Todo salió bien. Estamos creando la Oficina de Investigaciones Confederada, bajo el recientemente creado

Departamento de Justicia. Cada uno de ustedes renegados son desde este momento nombrados agentes de Gobierno. Hombre-G, con

absolutos poderes oficiales."

 

Sonrió como un lobo, no obstante su cara de buldog. El Jefe de Renegados contestó con

otra sonrisa. Veía una oportunidad inmediatamente. Xenu pateó con su pierna sana para que le prestaran

atención. Cuándo la tuvo, continuó hablando.

 

"La selección de esas minorías ya está determinada. Sin embargo algunos

juicios científicos son requeridos concernientes a otros. Por esta razón los hemos destinado a ustedes los Líderes Supremos de la

profesión psiquiátrica..."

 

Los barbudos psiquiatras del grupo estaban expectantes, esperando las palabras de Xenu.

"...para manejar el destino de las minorías y para decidir quién debe de ser exterminado."

 

Xenu hizo una pausa teatral, y

agregó con magnetismo,

 

"yo sé que ustedes lo harán de una manera muy científica y delicada."

Graves y serios los

científicos asintieron al unísono. Sty el principal "angelito" de esa elite de psiquiatras, asintió con particular

énfasis, muy contento con el arreglo.

 

"Nunca más nos van a molestar." Controlándose se recobró a sí mismo.

"La

recopilación de cada Planeta va a comenzar. El lugar de exterminación es la Tierra."

 

Se levantó.

"Señores oficialmente anunció el

comienzo de la Fase Tres."

 

Como si se hubiese dado una señal, varios ordenanzas entraron llevando bandejas con

botellas y vasos. Alguien prendió el estéreo, y la música inundó la sala. Las bebidas pasaron a manos de todos.

Xenu levantó el vaso.

 

"Y ahora un brindis..."

Una familia estaba sentada almorzando, cuándo tres balas rompieron la puerta, y una bota la abrió. Dos hombres

uniformados entraron corriendo, la familia se levantó temblando, el terror reflejado en sus caras. Fueron sacados

de la habitación. La más pequeña, una niña, empezó a gritar tomándose de la falda de su madre. Una bala en la

cabeza la silenció. Sollozando fuertemente, la madre la levantó y fue empujada hacía adelante.

En una calle de tres edificios de varios pisos, se escuchó un estruendo infernal. La gente estaba aterrada. La

Policía Secreta sacaba a golpes a hombres, mujeres y niños por la puerta, y los llevaban a lo largo de la calle. Un

poco al costado un psiquiatra estaba mirando.

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Protestando y asustados, un montón de negros eran sacados de sus casas y negocios por un grupo de Policías

Secretos. Otro grupo en el medio de la calle recibía a esa gente y la mantenía ordenada a punta de pistolas y rifles.

En un suburbio de la clase media, una columna de gente desesperada era forzada a marchar por la avenida.

La risa de un joven Policía Secreto se escuchaba por encima del estruendo. El motivo de la diversión era una

anciana que con los ojos cerrados, sus manos aferraban a una cruz era arrastrando por el alquitrán con sus piernas

ensangrentadas.

El psiquiatra vestido de blanco, estaba sentado delante de la consola de la Red Intergaláctica de Comunicaciones

en la Torre de Control. Hablaba por el micrófono.

 

"Estas son las determinaciones para la población del Planeta Procyon..."

Consultó la lista en su mano.

 

"Todos los productores de películas, todos los editores, escritores, periodistas, todos los negros, y

empleados miembros del gobierno..."

El signo

 

"Daily Post"

colgaba medio deshecho del frente del edificio. Los empleados que habían resistido en la

imprenta del diario, eran empujados por las escaleras y puestos en línea en el estacionamiento de las camionetas.

Miles y más marchaban cansados por la larga y polvorienta calle. Arrastraban sus piernas, entremedio de ellas una

niña era llevada a los tirones. Ella a su vez tiraba de una muñeca. Las lágrimas le caían por la cara. Sus sollozos

eran apagados por los sonidos de las botas marchando.

Uno de los Jefes de Renegados se unió al psiquiatra que estaba en la Red de Comunicaciones Intergalácticas.

Aburrido el Jefe jugaba con su rifle, totalmente distraído de lo que el psiquiatra decía con voz determinada.

"Lista de Exterminación del Sistema Vega. Religiosos, Líderes, atletas, músicos, maestros, comerciantes, toda la Novena Armada

terrestre. Todos los actores. Todos los de desempleados, todos los miembros de..."

Atrapados en un barranco, la muchedumbre gritaba frenéticamente cuándo los hombres con chaquetas blancas se

empezaron a mover entre ellos. Esos hombres de blanco, habían sido recientemente entrenados en el uso de

agujas hipodérmicas y puestos al servicio como psiquiatras. Blandían sus jeringas ferozmente delante de la cara de

las personas que allí se encontraban. Las jeringas contenían una droga gaseosa que producía inconsciencia por

largos e indeterminados periodos de tiempo. La Policía Secreta sujetaba o directamente noqueaba a los

individuos, para que los hombres de blanco pudiesen inyectar en el brazo, pierna, o donde fuese, ese gas. Una

mujer trató de rebelarse, pero una aguja se le incrustó en la espalda.

Las chaquetas blancas se movían por entre el gentío, dejando a su paso cuerpos inertes que agrupaban en

montones.

Una constante fila de cautivos pasaba por los portones en un costado del estadio. Se movían con rapidez,

tratando de no dejar lugar entremedio de ellos para las chaquetas blancas, pero estos seguían poniendo sus

inyecciones por donde podían.

El sistema de parlantes público empezó a transmitir en voz chillona.

 

"Los camiones estarán aquí en tres horas.”

Una chaqueta blanca miró a uno de sus colegas ¿Terminaría alguna vez este río de cerebros estallados?

Una multitud de soldados sin armas, ataviados con sus uniformes azul y blanco del Cuerpo de Leales, eran

arrastrados, sumisos por transpirados Policías Secretos que sonreían.

El primero fue noqueado, después le fue puesta una aguja por una chaqueta blanca. Y así el Noveno Ejército

Terrestre fue derrotado. Murmurando los Policías Secretos cargaban a los inconscientes en un convoy de

camiones. Los cuerpos eran tirados como si fuesen pedazos de madera. Otra vez era de noche. El Jefe de los

Renegados se movía hacía la ventana de la torre. Tiró la ceniza en el suelo, demasiado cansado para buscar un

cenicero. Se soltó el cuello de la camisa, y se recostó contra el marco de la ventana para observar al psiquiatra. No

le interesaba mucho, pero igual le preguntó,

 

"¿Cuántos millones son hasta ahora?"

También cansado el psiquiatra

respondió,

 

"El Sistema Betelgeuse no lo ha reportado aún."

El Jefe volvió a mirar por la ventana y le dio una pitada a su

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cigarrillo. Eran peces escurridizos éstos mata cerebros, ¡nunca se conseguía respuestas verdaderas de ellos!

Escupió en la pared.

En innumerables aeropuertos espaciales a través de esa Galaxia, las mismas escenas ocurrían. Largas filas de

camionetas de transporte se estacionaban al lado de las naves. Cansados Policías Secretos transferían cuerpos sin

nombres, desde las camionetas a los brazos de los Renegados, que los recibían, para ponerlos en las naves.

La pequeña niña, ahora drogada, pero aún sujetando su muñeca, fue arrastrada fuera del camión y tirada al

transportador.

El Renegado que había aventado a la niña dio vueltas hacia un asistente haciendo un chiste acerca de niñas chicas,

el asistente rió con disimulo y pateó otra vez a la pobre infeliz.

La Operación estaba llegando a su fin. Los pocos

 

"indeseables"

que quedaban eran capturados, noqueados

o drogados. El transporte espacial estaba cargado de arriba hasta abajo, con su capacidad al máximo, y listo para

partir.

Chi espió a su jefe. Viendo que Xenu se encontraba tranquilamente tomando un aperitivo, Chi se atrevió a

tararear una pequeña canción para sí mismo, mientras hacía cruces en el gráfico de la Fase Tres. Repasando los

últimos eventos, Chi se sentía bien. Cantó un poco mas fuerte.

La plataforma de la Fase Tres se hallaba terminada. En cada Planeta las naves de carga se dirigían a su destino: la

Tierra. En una de las naves, el Renegado copiloto no dejaba de hablar incesantemente, lo cuál era una molestia

para el piloto.

 

"La última vez que estuve en la Tierra," parloteaba,

"le compre un anillo a esa chica... ¡Oh era una ricura,

cuándo se sacó la ropa encontré¡..."

 

En una torre de control de un aeropuerto espacial, un Policía Secreto actuaba

como controlador. Le dio la salida a otra nave más.

 

"Control a nave nueve tres cuatro A, proceda a la Tierra como

proyectado."

 

A un año luz, otro Controlador tenía un poco más de dificultades. "¡Maldición!"

gritó en el micrófono.

"Si no sabe la ruta a la Tierra vuele en compañía del siete seis cinco ocho."

En el aeropuerto del sistema Altair, los cargueros aún estaban en tierra, ya que habían tenido algún atraso. Un

Renegado y un Psiquiatra estaban en la torre de control mirando la plataforma de aterrizaje. El psiquiatra miró la

lista.

 

"Esto completa a este planeta", anunció.

"Tan pronto sus naves estén listas supongo que le podrá decir a sus pilotos que

vayan a la Tierra."

 

El Renegado asintió. "¿Esta seguro que están todos?" El psiquiatra le echo una helada mirada.

"¡Mi

querido compañero, la ciencia medica nunca comete errores!"

Con los ojos enrojecidos y cansados, el Jefe de los Renegados trataba de mantenerse despierto. Tenía que poner

atención en lo que decían a través del micrófono.

 

"Planeta Tres Alpha Centauri al Control del Tres Alpha...”

Irritado el

jefe de los Renegados se entrometió.

 

"Sí... sí, ¡páseme las noticias de mierda!". El orador balbuceó.

"Todos los cargueros

están saliendo a la Tierra."

 

El Jefe bajo el tono y se restregó los ojos. Estas cosas nocturnas no eran para él. Se tiro

un pedito y pidió un café.

Xenu se había tomado su tiempo para bañarse y vestirse con esmero. Cuando regreso a su mesa de trabajo

 

recibió

una llamada del Ministro de Policía. "Todos los setenta y cinco Planetas están libres."

 

Reportó Chi.

"Se están dirigiendo todos a la

Tierra justo a tiempo."

 

Los ojos de Xenu se angostaron en una cruel mirada de alegría.

"Bien, bien, proceda como

ordenado."

 

Apagando el vídeo teléfono, se volvió para mirar por la ventana. Exacto como planeado, como trabajo

de joyero... Murmuró para sí mismo.

El viento silbaba a través del pavimento de lo que una vez había sido el orgullo de la Base Galáctica Tierra, su

plaza para los desfiles. Negras balaustradas, astas de banderas quebradas marcaban sus siluetas contra un cielo

vacío. Pero no iba a estar vacío por mucho tiempo. El rugido de los motores se empezaba a escuchar y pronto se

vieron una enorme cantidad de naves surcando el cielo, hasta que este estuvo totalmente cubierto por todo tipo

de ellas.

Por la ancha y árida planicie una cara observaba el arribo de los cargueros. No usaban pistas, porque no las había.

Las naves simplemente aterrizaban en el lugar cubriendo toda la pista de cabo a rabo. Un apurador Controlador

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lanzó una frenética mirada a través de la ventana de la torre velozmente construida. Algún idiota, flojo de cerebro

seguramente jugó sucio, obstruyendo el espacio totalmente. Demasiadas naves sin lugar para aterrizar. Gritó

algunas órdenes al micrófono.

 

"Control Tierra. Puesto Número Uno a Líder del Escuadrón Ocho, Siete, Nueve, desvíen a

Tierra Sector Norte Doce... Control Tierra Puesto Uno a Líder de Escuadrón Dos, Seis Cinco, Desvíen carga a Continente Tierra,

control Puesto tres Dieciséis..."

En el campo un camión se acercó al carguero. La puerta de la nave se abrió de golpe y una rampa salió, revelando

a dos Renegados en grasientos y sucios guardapolvos. Llevando pliegos de papeles tras Policías Secretos se le

acercaron. Les hacían señas para que comenzaran a descargar. Los renegados se volvieron y empezaron a sacar a

los cuerpos drogados por la rampa para ponerlos en el camión.

Por la pista de aterrizaje se acercaban filas de camionetas hacia las naves, que ya habían comenzado la evacuación.

Un negro estaba recobrando el conocimiento. Se enderezó y abrió los ojos, para clavarlos llenos de terror en la

bota de un Policía Secreto cuándo éste justo le lanzaba un puntapié en la quijada. Se desmayó.

En otras pistas de aterrizaje de la Tierra, una similar ocupación se veía. Una cerca del Monte Shasta estaba

descargando apurados a los aturdidos individuos. La pequeña niña aún sujetaba su muñeca. Mareada se sacudió

para despertarse, y se sentó. Un Policía Secreto la levantó y le dio un empujón, dirigido tan "dulcemente" que

empezó sin más a seguir a los demás que subían por el escarpado camino al volcán.

Monte Etna, monte Fuji. Los que iban llegando eran forzados a escalar la ladera del volcán. Un hombre anciano

se desmayó, tomándose de la manga de un guardia. Este contestó con un corto y fuerte golpe.

Los sobrevivientes del Noveno Ejército fueron descargados en la Base del Monte Washington. Con las manos a

sus espaldas, sus uniformes hechos jirones, pero aún con sus cabezas en alto, lo más altas posible, marchaban por

la cuesta. Un tamborilero, una vez amigo de Rawl, se paró y se dio vueltas para mirar la inclinación del camino.

Las correas del tambor estaban colgadas de sus hombros, el tambor roto aún sujeto por ellas. Un soldado detrás

de él fue empujado y al chocar con el muchacho éste se vio obligado a ascender.

En una isla rocosa en el centro del océano azul, al costado del volcán, se veía una fila de humanos. En la parte de

arriba una tripulación de renegados, se esforzaba en mantener sus helicópteros a bajo nivel, lo cual les resultaba

muy difícil a causa del fuerte viento. Un ingeniero acababa de conectar una antena de radio a un curioso objeto

cilíndrico. Palabras pintadas en un rojo estridente a los costados, proclamaban que era una bomba atómica.

Gritando por encima del ventarrón, el ingeniero trato de llamar la atención de un asistente a técnico.

Juntos ataron la cuerda de seguridad alrededor de la bomba y suavemente la comenzaron a bajar por el cráter.

Otro ingeniero miraba la operación de la bomba descendiendo por la brillante lava. Y otro más sacaba un alambre

para ajustarlo entre la señal y la detonación.

El controlador que se encontraba a un lado, esperaba ansiosamente. Con el ceño fruncido, miró a través de la

ventana a la pista de aterrizaje. Todas las naves bajo su mando estaban allí alineadas. ¡Hijos de perra! ¿Cuándo nos

dejaran salir de aquí?

Por el panel, se veía al Jefe de los Renegados aullando por el micrófono.

 

"Este es el Control Puesto Uno a Tripulación

Diecisiete Volcano. Avisen cuándo las cargas atómicas hallan sido colocadas."

 

Alejó el micrófono y el Jefe se dio vuelta para

mirar al Controlador,

 

"Malditos bastardos. Ellos son los últimos en poner las cargas atómicas en el volcán."

Pero al

controlador no le podía importar menos. Hizo un ademán con la mano hacía la pista.

 

"Va a tomar varias horas el

sacar a todas estas naves de aquí."

 

El Jefe echó una carcajada.

"No mojes tus pantalones, toda nuestra gente habrá dejado la

Tierra antes de que apretemos los botones."

El Controlador dudó, no muy seguro miró sus manos y tomó algunos arrugados papeles. El Jefe se encogió de

hombros.

 

"Ah, les puede decir que recarguen y vuelvan a sus Planetas tan pronto como la Policía Secreta esté a bordo y mis

hombres recuperados."

 

Aliviado el Controlador soltó la respiración. Quizás ese hijo de puta no lo fuese tanto después

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de todo.

Recostado contra el viento, el primer ingeniero se pasó las manos por su arrugada cara. Tomó el micrófono y lo

acercó a su boca, oprimiendo el botón de transmisión.

 

"Control Tierra Uno adelante."

Apretó el botón y se acercó el

instrumento al oído. Escuchó la voz del Jefe de los Renegados

 

. "¿Qué maldita cosa los retuvo bastardos?"

El ingeniero

miró la radio y maldijo en silencio. Pero sabía que debía contestar, así que se guardó la rabia, y habló con mucha

calma.

 

"Volcano Diecisiete, totalmente cargado y completo. De hecho tiene dos bombas atómicas en el volcán. La cuerda se

rompió."Por Dios salgan de allí y despeguen lo antes posible.”

 

Agradecido el ingeniero bajó la radio y les dijo a sus

hombres que se podían ir.

Un grupo exhausto miró extrañado como sus perseguidores bajaban apresuradamente por la montaña, dejándolos

detrás. Llegaron a los camiones, y tanto Renegados como la Policía Secreta salió de allí más que rápido. No

quedaba nadie de ellos en la Tierra. Todos habían huido a sus hogares.

Zel, el antiguo Jefe de Policía Secreta de la Tierra, estaba piloteando la nave de Comunicaciones, que se mantenía

inmóvil suspendida sobre la Tierra. Demasiado cerca para su gusto, pero órdenes son órdenes. Se mordía el labio

perturbado. En el asiento del copiloto el Jefe se estaba comunicando con Chi.

 

"Sin problemas. La Policía Secreta ha

sido evacuada. Mis Renegados también. Ha habido motines y revueltas entre el populacho de la población Planetaria, pero ¡que

diablos!"

 

La cara de Chi en la pantalla fue reemplazada por la de Xenu. "¿Están listos?"

preguntó. El Jefe le

respondió cansadamente,

 

"¡Oh sí!" Una mirada triunfal apareció en la cara de Xenu.

"Vuelva una de sus cámara para

allá."

 

Asintiendo el Jefe le gritó al técnico. "Ponga dos o tres cámaras a diferentes profundidades."

El Jefe se volvió al

vídeo y asintió nuevamente. Xenu se pasó la lengua por los resecos labios

 

. "Puede proceder cuándo esté listo."

Con eso

se cerró el circuito. Poniéndose en una posición más cómoda, el Jefe gruñó

 

. "¡Lo que algunos hacen por el poder!"

Zel

miró de costado.

 

"Incluso usted."

El Jefe retrocedió un poco, después sonrió débilmente mostrando sus amarillos

dientes.

 

"¡Mire quién habla!”

Entretanto en la fase de la Tierra cientos de miles de personas hambrientas y sin esperanzas, se hallaban sentadas

en la cuesta de la montaña donde los habían dejado los soldados. El desalentado y destruido Noveno Ejército

estaba demasiado abatido para moverse. Solo uno estaba tratando de librar sus manos de las ataduras. La niña

pequeña se encontraba arrodillada acunada a su muñeca. Golpeada y sucia las lágrimas resbalaban silenciosas por

su mejilla.

Levantó la vista del suelo, pero no vio nada allí. Apretando más a su muñeca empezó a parpadear sin entender

dónde estaba y porqué.

El Jefe sostenía la caja electrónica. Su luz lo iluminaba hipnóticamente. Su cara no tenía ninguna expresión.

Movió su mano derecha a la caja, con sus dedos encima de los botones, dudo por un momento, después los

apretó.

Simultáneamente las cargas explosivas atómicas explotaron en los cráteres de Loa, Vesubio, Shasta, Washington,

Fujiyama. Etna, y muchos, muchos otros. Los hongos de la explosión pasaron las nubes, y las llamas se vieron

impulsadas por el viento. Todo era un tumulto en la faz de la Tierra, sembrando una total destrucción. Las nubes

amarillas de la energía atómica le llegaban a los talones al viento, sus formas de arco irradiaban sobre bosques,

ciudades y razas humanas que inexorablemente llevaron la muerte. Un rascacielos se inclinó, preguntándose que

pasaría con la humanidad, antes de caer sobre la ciudad llena de gritos. La gente parada en la calle, con el aullido

del huracán miraban horrorizados a la nube atómica que descendía. Hacían vanos intentos para escapar, pero

caían en esos intentos como moscas apestadas. Montones de lava caían por las pendientes, borrando cualquier

huella de la gente que había estado allí. Una enorme ola sumergió al una vez próspero puerto, dejando solo a

algunos de los edificios más altos apareciendo sobre el remolino de las aguas. La segunda ola se preparó a

terminar lo que la primera no había hecho.

Áreas de mucha vegetación y grandes bosques se tornaron en peladas planicies, habitadas ahora solo por el

viento. La bella joya Tierra, había sido brutalmente asesinada.

El Jefe aún sujetaba la caja electrónica. Su embarcación se movía un poco como haciéndose eco a la violencia que

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pasaba abajo. Por el parabrisas miró a la Tierra. Sus formas de hongo, ahora rojos remolinos. El que también

observaba esto por una docena de pantallas era Xenu en su oficina. Con los dedos seguía con deleite el ritmo de

la suave música que salía del estéreo, a su vez tomó otro sorbo de su vaso.

Había pasado. Los residuos de la muñeca de la pequeña niña se mecían en el mar movidas por una suave brisa.

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