CAPÍTULO CATORCE La noche desplegaba sus negras alas sobre la Base del Planeta Hogar. Figuras como sombras se movían alrededor del oscurecido interior de la Base de Operaciones - guardias, los dos jefes de Renegados y algunos barbudos psiquiatras entre ellos. Parado al lado de la mesa, Chi sujetaba una lapicera. Estaba transpirando copiosamente, ya que Xenu también se encontraba allí. Estaba absorto en la Fase Dos, así que solo escuchaba a Chi a medias, cuándo este llamó a las estrellas y a los Planetas con una temblorosa voz.
"Todas las Bases Galácticas del Sistema Vega."
Monótonamente Chi hizo una cruz en el mapa. En ese momento el micrófono sonó.
"Base Galáctica Tierra totalmente destruida."
Viva por esas noticias... Chi cambió una mirada de satisfacción con Xenu, dibujando una exagerada cruz en el mapa. Con una sonrisa miró a su Jefe
. ‘Final de la Fase Dos.’ "
Ahora que todas las posiciones fueron removidas, ¿cuáles son sus próximas ordenes?"
Muy contento consigo mismo. Xenu se estiró, se levantó estirándose aún más. Así que esto era lo que se sentía al ser el Jefe Supremo de todo. Buscó su bastón y rengueó al centro de la habitación. Asumiendo una pose majestuosa, sabiendo que todos los miraban, habló saboreando cada palabra al máximo.
"Emitan una Proclamación Galáctica. Debido a la ola de crímenes, la ley marcial se implantó en todos los Planetas. Aún en este
momento nuestros agentes planetarios estarán embargando todos los centros gubernamentales. ¡Pero esto no es suficiente!"
Hizo un gesto tajante.
"Como ustedes saben muy bien, las minorías pueden objetar, lo cual quiere decir que los pensadores independientes protestarán contra un Estado Policial funcionando perfectamente. Esta es la manera ideal de gobierno. Mas allá nuestros planetas tienen una superpoblación. La Fase Tres consiste en cercar a esas personas en cada Planeta, llevarlas a la Tierra y exterminarlas." Un murmullo de acuerdo se extendió por el grupo. Uno de los Jefes de Renegados buscaba ventaja de estos negocios. Los ojos de Xenu se achicaron
"Si ustedes deben de hacer esto, debe de ser dentro de la ley."
Chi estaba más contento que nunca, más de lo que nunca podría estar con la presencia de Xenu a su alrededor. Habló aceleradamente.
"Todo salió bien. Estamos creando la Oficina de Investigaciones Confederada, bajo el recientemente creado Departamento de Justicia. Cada uno de ustedes renegados son desde este momento nombrados agentes de Gobierno. Hombre-G, con absolutos poderes oficiales."
Sonrió como un lobo, no obstante su cara de buldog. El Jefe de Renegados contestó con otra sonrisa. Veía una oportunidad inmediatamente. Xenu pateó con su pierna sana para que le prestaran atención. Cuándo la tuvo, continuó hablando.
"La selección de esas minorías ya está determinada. Sin embargo algunos juicios científicos son requeridos concernientes a otros. Por esta razón los hemos destinado a ustedes los Líderes Supremos de la profesión psiquiátrica..."
Los barbudos psiquiatras del grupo estaban expectantes, esperando las palabras de Xenu.
"...para manejar el destino de las minorías y para decidir quién debe de ser exterminado."
Xenu hizo una pausa teatral, y agregó con magnetismo,
"yo sé que ustedes lo harán de una manera muy científica y delicada."
Graves y serios los científicos asintieron al unísono. Sty el principal "angelito" de esa elite de psiquiatras, asintió con particular énfasis, muy contento con el arreglo.
"Nunca más nos van a molestar." Controlándose se recobró a sí mismo.
"La recopilación de cada Planeta va a comenzar. El lugar de exterminación es la Tierra."
Se levantó.
"Señores oficialmente anunció el comienzo de la Fase Tres."
Como si se hubiese dado una señal, varios ordenanzas entraron llevando bandejas con botellas y vasos. Alguien prendió el estéreo, y la música inundó la sala. Las bebidas pasaron a manos de todos. Xenu levantó el vaso.
"Y ahora un brindis..." Una familia estaba sentada almorzando, cuándo tres balas rompieron la puerta, y una bota la abrió. Dos hombres uniformados entraron corriendo, la familia se levantó temblando, el terror reflejado en sus caras. Fueron sacados de la habitación. La más pequeña, una niña, empezó a gritar tomándose de la falda de su madre. Una bala en la cabeza la silenció. Sollozando fuertemente, la madre la levantó y fue empujada hacía adelante. En una calle de tres edificios de varios pisos, se escuchó un estruendo infernal. La gente estaba aterrada. La Policía Secreta sacaba a golpes a hombres, mujeres y niños por la puerta, y los llevaban a lo largo de la calle. Un poco al costado un psiquiatra estaba mirando. 32 Protestando y asustados, un montón de negros eran sacados de sus casas y negocios por un grupo de Policías Secretos. Otro grupo en el medio de la calle recibía a esa gente y la mantenía ordenada a punta de pistolas y rifles. En un suburbio de la clase media, una columna de gente desesperada era forzada a marchar por la avenida. La risa de un joven Policía Secreto se escuchaba por encima del estruendo. El motivo de la diversión era una anciana que con los ojos cerrados, sus manos aferraban a una cruz era arrastrando por el alquitrán con sus piernas ensangrentadas. El psiquiatra vestido de blanco, estaba sentado delante de la consola de la Red Intergaláctica de Comunicaciones en la Torre de Control. Hablaba por el micrófono.
"Estas son las determinaciones para la población del Planeta Procyon..." Consultó la lista en su mano.
"Todos los productores de películas, todos los editores, escritores, periodistas, todos los negros, y empleados miembros del gobierno..." El signo
"Daily Post"
colgaba medio deshecho del frente del edificio. Los empleados que habían resistido en la imprenta del diario, eran empujados por las escaleras y puestos en línea en el estacionamiento de las camionetas. Miles y más marchaban cansados por la larga y polvorienta calle. Arrastraban sus piernas, entremedio de ellas una niña era llevada a los tirones. Ella a su vez tiraba de una muñeca. Las lágrimas le caían por la cara. Sus sollozos eran apagados por los sonidos de las botas marchando. Uno de los Jefes de Renegados se unió al psiquiatra que estaba en la Red de Comunicaciones Intergalácticas. Aburrido el Jefe jugaba con su rifle, totalmente distraído de lo que el psiquiatra decía con voz determinada.
"Lista de Exterminación del Sistema Vega. Religiosos, Líderes, atletas, músicos, maestros, comerciantes, toda la Novena Armada
terrestre. Todos los actores. Todos los de desempleados, todos los miembros de..."
Atrapados en un barranco, la muchedumbre gritaba frenéticamente cuándo los hombres con chaquetas blancas se
empezaron a mover entre ellos. Esos hombres de blanco, habían sido recientemente entrenados en el uso de
agujas hipodérmicas y puestos al servicio como psiquiatras. Blandían sus jeringas ferozmente delante de la cara de
las personas que allí se encontraban. Las jeringas contenían una droga gaseosa que producía inconsciencia por
largos e indeterminados periodos de tiempo. La Policía Secreta sujetaba o directamente noqueaba a los
individuos, para que los hombres de blanco pudiesen inyectar en el brazo, pierna, o donde fuese, ese gas. Una
mujer trató de rebelarse, pero una aguja se le incrustó en la espalda.
Las chaquetas blancas se movían por entre el gentío, dejando a su paso cuerpos inertes que agrupaban en
montones.
Una constante fila de cautivos pasaba por los portones en un costado del estadio. Se movían con rapidez,
tratando de no dejar lugar entremedio de ellos para las chaquetas blancas, pero estos seguían poniendo sus
inyecciones por donde podían.
El sistema de parlantes público empezó a transmitir en voz chillona.
"Los camiones estarán aquí en tres horas.” Una chaqueta blanca miró a uno de sus colegas ¿Terminaría alguna vez este río de cerebros estallados? Una multitud de soldados sin armas, ataviados con sus uniformes azul y blanco del Cuerpo de Leales, eran arrastrados, sumisos por transpirados Policías Secretos que sonreían. El primero fue noqueado, después le fue puesta una aguja por una chaqueta blanca. Y así el Noveno Ejército Terrestre fue derrotado. Murmurando los Policías Secretos cargaban a los inconscientes en un convoy de camiones. Los cuerpos eran tirados como si fuesen pedazos de madera. Otra vez era de noche. El Jefe de los Renegados se movía hacía la ventana de la torre. Tiró la ceniza en el suelo, demasiado cansado para buscar un cenicero. Se soltó el cuello de la camisa, y se recostó contra el marco de la ventana para observar al psiquiatra. No le interesaba mucho, pero igual le preguntó,
"¿Cuántos millones son hasta ahora?"
También cansado el psiquiatra respondió,
"El Sistema Betelgeuse no lo ha reportado aún."
El Jefe volvió a mirar por la ventana y le dio una pitada a su
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cigarrillo. Eran peces escurridizos éstos mata cerebros, ¡nunca se conseguía respuestas verdaderas de ellos!
Escupió en la pared.
En innumerables aeropuertos espaciales a través de esa Galaxia, las mismas escenas ocurrían. Largas filas de
camionetas de transporte se estacionaban al lado de las naves. Cansados Policías Secretos transferían cuerpos sin
nombres, desde las camionetas a los brazos de los Renegados, que los recibían, para ponerlos en las naves.
La pequeña niña, ahora drogada, pero aún sujetando su muñeca, fue arrastrada fuera del camión y tirada al
transportador.
El Renegado que había aventado a la niña dio vueltas hacia un asistente haciendo un chiste acerca de niñas chicas,
el asistente rió con disimulo y pateó otra vez a la pobre infeliz.
La Operación estaba llegando a su fin. Los pocos
"indeseables"
que quedaban eran capturados, noqueados o drogados. El transporte espacial estaba cargado de arriba hasta abajo, con su capacidad al máximo, y listo para partir. Chi espió a su jefe. Viendo que Xenu se encontraba tranquilamente tomando un aperitivo, Chi se atrevió a tararear una pequeña canción para sí mismo, mientras hacía cruces en el gráfico de la Fase Tres. Repasando los últimos eventos, Chi se sentía bien. Cantó un poco mas fuerte. La plataforma de la Fase Tres se hallaba terminada. En cada Planeta las naves de carga se dirigían a su destino: la Tierra. En una de las naves, el Renegado copiloto no dejaba de hablar incesantemente, lo cuál era una molestia para el piloto.
"La última vez que estuve en la Tierra," parloteaba,
"le compre un anillo a esa chica... ¡Oh era una ricura, cuándo se sacó la ropa encontré¡..."
En una torre de control de un aeropuerto espacial, un Policía Secreto actuaba como controlador. Le dio la salida a otra nave más.
"Control a nave nueve tres cuatro A, proceda a la Tierra como proyectado."
A un año luz, otro Controlador tenía un poco más de dificultades. "¡Maldición!"
gritó en el micrófono.
"Si no sabe la ruta a la Tierra vuele en compañía del siete seis cinco ocho."
En el aeropuerto del sistema Altair, los cargueros aún estaban en tierra, ya que habían tenido algún atraso. Un
Renegado y un Psiquiatra estaban en la torre de control mirando la plataforma de aterrizaje. El psiquiatra miró la
lista.
"Esto completa a este planeta", anunció.
"Tan pronto sus naves estén listas supongo que le podrá decir a sus pilotos que vayan a la Tierra."
El Renegado asintió. "¿Esta seguro que están todos?" El psiquiatra le echo una helada mirada.
"¡Mi querido compañero, la ciencia medica nunca comete errores!" Con los ojos enrojecidos y cansados, el Jefe de los Renegados trataba de mantenerse despierto. Tenía que poner atención en lo que decían a través del micrófono.
"Planeta Tres Alpha Centauri al Control del Tres Alpha...”
Irritado el jefe de los Renegados se entrometió.
"Sí... sí, ¡páseme las noticias de mierda!". El orador balbuceó.
"Todos los cargueros están saliendo a la Tierra."
El Jefe bajo el tono y se restregó los ojos. Estas cosas nocturnas no eran para él. Se tiro un pedito y pidió un café. Xenu se había tomado su tiempo para bañarse y vestirse con esmero. Cuando regreso a su mesa de trabajo
recibió una llamada del Ministro de Policía. "Todos los setenta y cinco Planetas están libres."
Reportó Chi.
"Se están dirigiendo todos a la Tierra justo a tiempo."
Los ojos de Xenu se angostaron en una cruel mirada de alegría.
"Bien, bien, proceda como ordenado."
Apagando el vídeo teléfono, se volvió para mirar por la ventana. Exacto como planeado, como trabajo de joyero... Murmuró para sí mismo. El viento silbaba a través del pavimento de lo que una vez había sido el orgullo de la Base Galáctica Tierra, su plaza para los desfiles. Negras balaustradas, astas de banderas quebradas marcaban sus siluetas contra un cielo vacío. Pero no iba a estar vacío por mucho tiempo. El rugido de los motores se empezaba a escuchar y pronto se vieron una enorme cantidad de naves surcando el cielo, hasta que este estuvo totalmente cubierto por todo tipo de ellas. Por la ancha y árida planicie una cara observaba el arribo de los cargueros. No usaban pistas, porque no las había. Las naves simplemente aterrizaban en el lugar cubriendo toda la pista de cabo a rabo. Un apurador Controlador
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lanzó una frenética mirada a través de la ventana de la torre velozmente construida. Algún idiota, flojo de cerebro
seguramente jugó sucio, obstruyendo el espacio totalmente. Demasiadas naves sin lugar para aterrizar. Gritó
algunas órdenes al micrófono.
"Control Tierra. Puesto Número Uno a Líder del Escuadrón Ocho, Siete, Nueve, desvíen a Tierra Sector Norte Doce... Control Tierra Puesto Uno a Líder de Escuadrón Dos, Seis Cinco, Desvíen carga a Continente Tierra, control Puesto tres Dieciséis..." En el campo un camión se acercó al carguero. La puerta de la nave se abrió de golpe y una rampa salió, revelando a dos Renegados en grasientos y sucios guardapolvos. Llevando pliegos de papeles tras Policías Secretos se le acercaron. Les hacían señas para que comenzaran a descargar. Los renegados se volvieron y empezaron a sacar a los cuerpos drogados por la rampa para ponerlos en el camión. Por la pista de aterrizaje se acercaban filas de camionetas hacia las naves, que ya habían comenzado la evacuación. Un negro estaba recobrando el conocimiento. Se enderezó y abrió los ojos, para clavarlos llenos de terror en la bota de un Policía Secreto cuándo éste justo le lanzaba un puntapié en la quijada. Se desmayó. En otras pistas de aterrizaje de la Tierra, una similar ocupación se veía. Una cerca del Monte Shasta estaba descargando apurados a los aturdidos individuos. La pequeña niña aún sujetaba su muñeca. Mareada se sacudió para despertarse, y se sentó. Un Policía Secreto la levantó y le dio un empujón, dirigido tan "dulcemente" que empezó sin más a seguir a los demás que subían por el escarpado camino al volcán. Monte Etna, monte Fuji. Los que iban llegando eran forzados a escalar la ladera del volcán. Un hombre anciano se desmayó, tomándose de la manga de un guardia. Este contestó con un corto y fuerte golpe. Los sobrevivientes del Noveno Ejército fueron descargados en la Base del Monte Washington. Con las manos a sus espaldas, sus uniformes hechos jirones, pero aún con sus cabezas en alto, lo más altas posible, marchaban por la cuesta. Un tamborilero, una vez amigo de Rawl, se paró y se dio vueltas para mirar la inclinación del camino. Las correas del tambor estaban colgadas de sus hombros, el tambor roto aún sujeto por ellas. Un soldado detrás de él fue empujado y al chocar con el muchacho éste se vio obligado a ascender. En una isla rocosa en el centro del océano azul, al costado del volcán, se veía una fila de humanos. En la parte de arriba una tripulación de renegados, se esforzaba en mantener sus helicópteros a bajo nivel, lo cual les resultaba muy difícil a causa del fuerte viento. Un ingeniero acababa de conectar una antena de radio a un curioso objeto cilíndrico. Palabras pintadas en un rojo estridente a los costados, proclamaban que era una bomba atómica. Gritando por encima del ventarrón, el ingeniero trato de llamar la atención de un asistente a técnico. Juntos ataron la cuerda de seguridad alrededor de la bomba y suavemente la comenzaron a bajar por el cráter. Otro ingeniero miraba la operación de la bomba descendiendo por la brillante lava. Y otro más sacaba un alambre para ajustarlo entre la señal y la detonación. El controlador que se encontraba a un lado, esperaba ansiosamente. Con el ceño fruncido, miró a través de la ventana a la pista de aterrizaje. Todas las naves bajo su mando estaban allí alineadas. ¡Hijos de perra! ¿Cuándo nos dejaran salir de aquí? Por el panel, se veía al Jefe de los Renegados aullando por el micrófono.
"Este es el Control Puesto Uno a Tripulación Diecisiete Volcano. Avisen cuándo las cargas atómicas hallan sido colocadas."
Alejó el micrófono y el Jefe se dio vuelta para mirar al Controlador,
"Malditos bastardos. Ellos son los últimos en poner las cargas atómicas en el volcán."
Pero al controlador no le podía importar menos. Hizo un ademán con la mano hacía la pista.
"Va a tomar varias horas el sacar a todas estas naves de aquí."
El Jefe echó una carcajada.
"No mojes tus pantalones, toda nuestra gente habrá dejado la Tierra antes de que apretemos los botones." El Controlador dudó, no muy seguro miró sus manos y tomó algunos arrugados papeles. El Jefe se encogió de hombros.
"Ah, les puede decir que recarguen y vuelvan a sus Planetas tan pronto como la Policía Secreta esté a bordo y mis hombres recuperados."
Aliviado el Controlador soltó la respiración. Quizás ese hijo de puta no lo fuese tanto después
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de todo.
Recostado contra el viento, el primer ingeniero se pasó las manos por su arrugada cara. Tomó el micrófono y lo
acercó a su boca, oprimiendo el botón de transmisión.
"Control Tierra Uno adelante."
Apretó el botón y se acercó el instrumento al oído. Escuchó la voz del Jefe de los Renegados
. "¿Qué maldita cosa los retuvo bastardos?"
El ingeniero miró la radio y maldijo en silencio. Pero sabía que debía contestar, así que se guardó la rabia, y habló con mucha calma.
"Volcano Diecisiete, totalmente cargado y completo. De hecho tiene dos bombas atómicas en el volcán. La cuerda se rompió."Por Dios salgan de allí y despeguen lo antes posible.”
Agradecido el ingeniero bajó la radio y les dijo a sus hombres que se podían ir. Un grupo exhausto miró extrañado como sus perseguidores bajaban apresuradamente por la montaña, dejándolos detrás. Llegaron a los camiones, y tanto Renegados como la Policía Secreta salió de allí más que rápido. No quedaba nadie de ellos en la Tierra. Todos habían huido a sus hogares. Zel, el antiguo Jefe de Policía Secreta de la Tierra, estaba piloteando la nave de Comunicaciones, que se mantenía inmóvil suspendida sobre la Tierra. Demasiado cerca para su gusto, pero órdenes son órdenes. Se mordía el labio perturbado. En el asiento del copiloto el Jefe se estaba comunicando con Chi.
"Sin problemas. La Policía Secreta ha sido evacuada. Mis Renegados también. Ha habido motines y revueltas entre el populacho de la población Planetaria, pero ¡que diablos!"
La cara de Chi en la pantalla fue reemplazada por la de Xenu. "¿Están listos?"
preguntó. El Jefe le respondió cansadamente,
"¡Oh sí!" Una mirada triunfal apareció en la cara de Xenu.
"Vuelva una de sus cámara para allá."
Asintiendo el Jefe le gritó al técnico. "Ponga dos o tres cámaras a diferentes profundidades."
El Jefe se volvió al vídeo y asintió nuevamente. Xenu se pasó la lengua por los resecos labios
. "Puede proceder cuándo esté listo."
Con eso se cerró el circuito. Poniéndose en una posición más cómoda, el Jefe gruñó
. "¡Lo que algunos hacen por el poder!"
Zel miró de costado.
"Incluso usted."
El Jefe retrocedió un poco, después sonrió débilmente mostrando sus amarillos dientes.
"¡Mire quién habla!” Entretanto en la fase de la Tierra cientos de miles de personas hambrientas y sin esperanzas, se hallaban sentadas en la cuesta de la montaña donde los habían dejado los soldados. El desalentado y destruido Noveno Ejército estaba demasiado abatido para moverse. Solo uno estaba tratando de librar sus manos de las ataduras. La niña pequeña se encontraba arrodillada acunada a su muñeca. Golpeada y sucia las lágrimas resbalaban silenciosas por su mejilla. Levantó la vista del suelo, pero no vio nada allí. Apretando más a su muñeca empezó a parpadear sin entender dónde estaba y porqué. El Jefe sostenía la caja electrónica. Su luz lo iluminaba hipnóticamente. Su cara no tenía ninguna expresión. Movió su mano derecha a la caja, con sus dedos encima de los botones, dudo por un momento, después los apretó. Simultáneamente las cargas explosivas atómicas explotaron en los cráteres de Loa, Vesubio, Shasta, Washington, Fujiyama. Etna, y muchos, muchos otros. Los hongos de la explosión pasaron las nubes, y las llamas se vieron impulsadas por el viento. Todo era un tumulto en la faz de la Tierra, sembrando una total destrucción. Las nubes amarillas de la energía atómica le llegaban a los talones al viento, sus formas de arco irradiaban sobre bosques, ciudades y razas humanas que inexorablemente llevaron la muerte. Un rascacielos se inclinó, preguntándose que pasaría con la humanidad, antes de caer sobre la ciudad llena de gritos. La gente parada en la calle, con el aullido del huracán miraban horrorizados a la nube atómica que descendía. Hacían vanos intentos para escapar, pero caían en esos intentos como moscas apestadas. Montones de lava caían por las pendientes, borrando cualquier huella de la gente que había estado allí. Una enorme ola sumergió al una vez próspero puerto, dejando solo a algunos de los edificios más altos apareciendo sobre el remolino de las aguas. La segunda ola se preparó a terminar lo que la primera no había hecho. Áreas de mucha vegetación y grandes bosques se tornaron en peladas planicies, habitadas ahora solo por el viento. La bella joya Tierra, había sido brutalmente asesinada. El Jefe aún sujetaba la caja electrónica. Su embarcación se movía un poco como haciéndose eco a la violencia que 36 pasaba abajo. Por el parabrisas miró a la Tierra. Sus formas de hongo, ahora rojos remolinos. El que también observaba esto por una docena de pantallas era Xenu en su oficina. Con los dedos seguía con deleite el ritmo de la suave música que salía del estéreo, a su vez tomó otro sorbo de su vaso. Había pasado. Los residuos de la muñeca de la pequeña niña se mecían en el mar movidas por una suave brisa.
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