viernes, 9 de septiembre de 2011

LOS ERRORES DE SIMON BOLIVAR 6

Él desperdició a sus enemigos. Él envió al extranjero a los "godos" o  soldados Realistas derrotados. La mayoría no tenía más hogar que Sudamérica. Él no emitió ninguna amnistía con la que pudieran contar. Fueron despachados o a­bandonados para morir como perros, entre ellos los mejores artesanos del país.

 

Cuando uno (el General Rodil) se negó a entregar la fortaleza de Callao después que se conquistó Perú, Bolívar después de grandes gastos de amnistía fallo en obtener la rendición y luego peleó por el fuerte. Cuatro mil refugiados políticos y cuatro mil tropas Realistas murieron por muchos me­ses ante la vista total de Lima, combatidos duramente por Bolívar sólo porque el fuerte estaba peleando. Pero Bolívar tenía que enderezar a Perú urgentemente, no pelear contra un enemigo derrotado. La respuesta correcta a un comandante tan tonto como Rodil, ya que Bolívar si tenía las tropas para ha­cerlo, era cubrir los caminos con un potencial de doble fila de cañones para desanimar cualquier salida del fuerte, poner a un gran número de sus propias tropas en una posición distante de ofensiva pero tranquila de confort y decir, "No vamos a pelear. ¡La guerra ya se acabó, tonto¡ Mira a esos tontos ahí, viviendo entre ratas cuando podrían salir simplemente y dor­mir en sus casas o irse a España o enlistarse conmigo o simplemente irse a ­acampar". Y permitir que cualquiera que así 1o deseara entrara y saliera,­ haciendo que el comandante del fuerte (Rodil) fuera presa de cada esposa o madre gimiente desde afuera y de los que quisieran desertar o rebelarse desde adentro, hasta que desistiera con vergüenza de la farsa: un hombre no puede pelear solo. Pero la batalla era la gloria para Bolívar Y él se volvió intensamente antipático porque el incesante bombardeo que no llegaba a ningún lado era muy molesto.

 

Los honores significaban mucho para Bolívar. Ser querido era su vida. ­Y probablemente significaba eso más para él que ver que las cosas estuvieran realmente bien. Nunca comprometió sus principios, pero vivió de la admiración, una dieta bastante deprimente ya que exige del teatro continuo. Uno es lo que es, no aquello por lo que es admirado u odiado.

 

 Juzgarse a sí mismo por­ sus éxitos es simplemente observar que los postulados funcionaron y eso alimenta la confianza en la habilidad de uno. Necesitar que se le diga a uno que si funcionaron sólo critica 1a propia vista y le entrega una lanza al enemigo para hacer una herida en la va­nidad de uno a gusto del enemigo. El aplauso es agradable. Es grandioso que se le agradezca o admire a uno, pero, ¿Trabajar sólo para eso?

 

Y su anhelo por eso, su adicción a la droga más inestable en la historia - la fama - mató a Bolívar. Esa lanza que él mismo ofreció. Él continuamente le dijo al mundo cómo ma­tarlo: reduciendo su propia estima. Así como el dinero o la tierra pueden comprar cualquier cantidad de intrigas, a él se le pudo haber matado coagu­lando la estima, la cosa más sencilla que puede lograrse que haga el populacho.

 

Él tenía todo el poder. No lo uso ni para bien ni para mal. Uno no puede retener el poder y no usarlo. Esto viola la fórmula de poder. Porque esto entonces impide a otros que hagan las cosas que harían si ellos tuvieran algo de poder, así que entonces ven como su única solución la destrucción ­del que retiene el poder, ya que él, al no usar el poder o delegarlo, es el bloqueo inconsciente de todos sus planes.

 

Así es que muchos de sus amigos y ejércitos finalmente estuvieron de  acuerdo en que se tenía que ir. No eran hombres capaces. Estaban confundi­dos. Pero buenos o malos tenían que hacer algo. Después de 14 años de guerra civil la cosa era desesperada, estaban destrozados y muertos de hambre.­ Por lo tanto o tenían que tener algo de ese poder absoluto o de lo contrario no se podía hacer nada. No eran grandes mentes. Él no necesitaba ningu­nas "grandes mentes", eso pensaba, aun cuando las invitara verbalmente. Veía las soluciones mezquinas, a menudo asesinas, de estos, y los reprobaba duramente. Y así siguió reteniendo el poder y no lo usó.

 

Él no podía soportar otra amenaza a su personalidad.

 

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