jueves, 15 de septiembre de 2011

LOS ERRORES DE SIMON BOLIVAR CONCLUSION

Bolívar dejo que su ciclo llegara hasta "la libertad" y terminara ahí. Nunca tuvo otro plan más allá de ese punto. Se quedó sin territorio que liberar. Después no supo qué hacer con él y tampoco supo lo suficiente para descubrir otro lugar que libertar. Pero por supuesto, todos los juegos limitados llegan a su fin. Y cuando lo hacen, todos sus jugadores caen unos encima de otros sobre el campo y se vuelven muñecos de trapo a menos que alguien siquiera les diga que el juego ha terminado y ya no tienen META, juego o camerinos o casas, sino sólo les queda el campo.

 

Y yacen sobre el campo, sin darse cuenta de que ya no puede haber más juego, pues el otro equipo ha huido, y poco después tienen que hacer algo. Y si el líder y su consorte están ahí sentados, en la hierba, siendo también muñecos de trapo, por supuesto que no hay ningún juego. Y así los jugadores empiezan a pelear entre ellos, sólo por tener un juego. Y si entonces el líder dice: “no, no” y su consorte no le dice: “cariño, más vale que llames por teléfono a los orioles de Baltimore para que vengan el sábado”, entonces, por supuesto, los pobres jugadores, muertos de aburrimiento, dicen: “que lo echen”. “Que la echen”. “Ahora vamos a dividir el equipo en dos y a jugar un juego”.

 

Y eso es lo que les sucedió a Bolívar y a Manuela. Había que deshacerse de ellos porque no había juego y tampoco desarrollaron uno, mientras prohibían el único juego disponible: guerras civiles de poca monta.

 

Se dejaron ahí “liberadas” poblaciones enteras: todo un continente pero nadie conseguía nada de ello, a pesar de que los antiguos dueños se habían marchado. No se les dio. Ni se les hizo que las administrarán. No había juego.

 

Y si Bolívar no había sido lo bastante listo para eso, al menos podía haber dicho: “¡Bueno! ustedes, diablos, se van a divertir mucho poniendo esto en marcha, pero ése no es mi trabajo. Decidan ustedes qué tipo de gobierno quieren y lo que deben hacer. Los soldados son mi campo. Ahora me voy a hacer cargo de antiguas fincas, de las fincas realistas que están cerca y de las minas de esmeraldas, sólo como recuerdos, y Manuela y yo nos vamos a casa”. Y debió haber dicho eso quince minutos después de que el último ejército realista cayera derrotado en Perú.

 

Y sus ayudantes oficiales con él y un millar de soldados a quienes él les estaba dando tierra, de inmediato se habrían retirado rápidamente con él. Y el pueblo, después de unos cuantos gritos de horror al ser abandonados, se habrían lanzado unos contra otros, habrían formado con mucho esfuerzo y a punta de sable un estado aquí y un pueblo allá y se habrían puesto manos a la obra por pura autoprotección, en un nuevo juego vital: “¿Quién va a hacer de Bolívar ahora?”.

 

Luego, una vez en casa, debería haber dicho: “Oye, Manuela, esos lindos bosques me parecen terriblemente realistas y también ese millón de hectáreas de tierras de pastos. La propietaria una vez te arrojo un pescado realista, ¿recuerdas? Así que esas son tuyas”.

 

Y el resto del país habría hecho lo mismo y habría seguido adelante con el nuevo juego de: “tu “fuiste” realista”.

 

Y a bolívar y a Manuela se les habrían erigido estatuas a montones en cuanto los agentes llegarán a parís con los pedidos de un pueblo que los adoraba.

 

“Bolívar, ¡Ven y gobiérnanos!”, debería haber recibido como respuesta: “No veo parte alguna de Sudamérica que no sea libre. Cuando vean llegar algún ejército francés o español, regresen y avísenme”.

 

Eso habría funcionado. Y esta pobre pareja habría muerto con la debida adoración de su pueblo y en la santidad de la gloria y (quizá lo más importante) en su cama, no “como perros”.

 

Y si hubieran tenido que seguir gobernando, podrían haber declarado un nuevo juego de “pagar a los soldados y a los oficiales con tierras realistas”. Y cuando este juego se acabará: “expulsar a la iglesia y darle sus tierras a los pobres y amigables indios”.

 

No se puede permanecer eternamente haciendo reverencias ante las candilejas sin ningún espectáculo, ni aun siendo todo un actor. Otra persona puede hacer un mejor uso de cualquier escenario que incluso el actor más apuesto que no esté dispuesto a usarlo.

 

 

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