CAPÍTULO VEINTE
El General Arn se encontraba hablando con Rawl en su oficina. Cerca de allí, con nuevas y relucientes ropas Ap
miraba a Lady Min, que con su bonito vestido, muy segura de sí misma y a través de sus largas pestañas, miraba
con adoración a Rawl. Este le ponía un brazo alrededor al General, "Hay mucho que hacer. ¿Puede usted nominar a
alguna de su gente como Oficiales Leales?" "Claro," afirmó el General. "Y si yo fuera usted tomaría a las dos clases superiores de
la Academia de Oficiales Leales, los comisionaría enseguida y los pondría a elección de la gente." Rawl asintió, después frunció
el ceño. "No va a ser lo mismo," agregó tristemente, "operar sin Mish." Mientras hablaba la puerta se abrió para dar
paso a Mish completamente vendado, y con muleta, pero con una ancha sonrisa en su cara. "Eso," se rió, "¡es un
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problema con el cuál no necesitaras alimentar a la computadora!" Rawl miraba como si viera un fantasma. ¿Mish? ¿Vivo?
Recobrándose del shock inicial, corrió hacía él tomándolo del brazo sano. "¡Nunca sabrás, compañero," dijo, "lo
contento que estoy de verte!" Lady Min y Ap también se acercaron a abrazarlo, pero teniendo mucho cuidado con sus
heridas. "Oigan, con cuidado," dijo Mish.
En el vestíbulo, el Congreso expresó su enorme regocijo cuándo un juez vestido de negro se sentó en el lugar de
Xenu, otros dos jueces lo secundaban. Muchos más estaban sentados más abajo en una larga fila. La mayoría de
las otras filas estaban vacías, a excepción de las ocupadas por Rawl, con el semblante muy serio, Lady Min con un
velo negro y Mish con sus vendas. Muy bien vigilados Xenu, Chi. Zel, Sty y Chu miraban la tribuna esperando la
sentencia. El juicio era transmitido por la radio TV y prensa, y las cámaras de la televisión trataban de captar todo.
El juez miró gravemente a los criminales "Habiendo sido cuidadosamente juzgados y encontrados culpables por las autoridades
del Congreso, las siguientes personas fueron encontradas culpables de pretender crear un Estado Policial, exhortando a las personas a
pagar impuestos personales, de instigar una rebelión, alta traición contra el Estado, ejecutar masivamente poblaciones y la destrucción
de la gente del Planeta Tierra. Zel – ex jefe de la Policía Secreta de la Tierra, Sty, jefe de la Asociación de psiquiatras, Chi ex jefe
del departamento de Justicia, Chu ex jefe del Banco Galáctico, y Xenu derrocado Jefe Supremo..." El juez tomó aire antes de
continuar, su voz tenía un tono más serio aún. "...Son sentenciados a ser exhibidos a la población de cada Planeta y después
encarcelados en una montaña para ser mantenidos por eones con vida..." "Esta es la decisión de este jurado, del Congreso, de la
población ofendida de la gran Confederación, y de los decentes hombres con moral." "¿Hay algo que los delincuentes quieran decir?"
Su pregunta fue seguida por el silencio. No prestaron atención a la risita nerviosa del banquero. El juez un poco
ásperamente golpeó su martillo, para silenciar al banquero. Prosiguió severamente.
"Este es el destino de aquellos que querían crear un Estado Policial, así será siempre." Golpeó su martillo tres veces más para
dar por terminada la reunión.
La sentencia fue cumplida meticulosamente. Los criminales fueron exhibidos en una locomotora de vidrio y
viajaron por todos los Planetas de la Confederación. En cada estación en la que paraban se encontraban con
multitudes de indignadas y furiosas personas. Entre ellos había algunos más osados que otros, que les tiraban
huevos, tomates y otros objetos. Los prisioneros reaccionaban de distintas manera. Chi miraba por la ventana, sus
ojos muy abiertos y enloqueciendo poco a poco. Sty murmuraba frases de tipo freudianas en un intento de
ocupar su tiempo y no pensar en el horror que les esperaba. Chu había adelgazado, ya era mucho menos
"chanchito", pero mantenía su costumbre de dar vueltas sus anillos en sus gordos dedos. Zel se había convertido
en un maníaco depresivo, con estados de profunda melancolía, que luego pasaban a una inusitada alegría. Y Xenu
– Xenu solo, estaba sentado hundido en su asiento con la cabeza entre sus manos.
Cuando el largo viaje finalmente terminó, los llevaron a una solitaria montaña rodeada de una ancha planicie.
Había varios camiones azules y blancos estacionados alrededor del túnel de entrada que llevaba al corazón de la
montaña. En los alrededores una muchedumbre de civiles y soldados se hallaba reunida.
Una banda militar tocaba una música fúnebre lenta. Acompañados por la TV, la radio y la prensa que mantenían
informados a todos con sus comentarios, se escuchó. "Estamos parados aquí en la desolada pendiente del Monte Xenu en
el Planeta Tawn. Esta es la montaña nombrado por él en los días de su atroz poder, cuándo planeaba sus destrucciones criminales.
Fue designada posiblemente con amargura, como el lugar final para el encarcelamiento. Oficiales de la Corte la están completando..."
En el interior de la montaña había una gruta tallada en la roca. Un electricista con su guardapolvo azul estaba
conectando cables de cobre para iluminar el recinto. Guardias alertas se hallaban por todos lados.
Había cables y alambres por montones en el piso recubierto con una plancha de cobre. Varios doctores
trabajaban afanosamente en el semicírculo de las camillas, a las cuáles los prisioneros se encontraban atados.
Xenu miraba aburrido al techo cuándo uno de los doctores le ajustó los tubos en la muñeca y en los tobillos. El
segundo le ponía unas púas alrededor del cuello. Mojándose sus labios resecos, Xenu miró al médico con el terror
reflejado en sus ojos. "¿Estas medidas te mantienen vivo para siempre?"
"No hable," respondió el doctor bruscamente. Un guardia se acercó. "¡No hable con los prisioneros!" Desesperado
Xenu dio vuelta sus ojos. "¿Cuánto tiempo es por siempre?" Nadie contestó, porque nadie lo sabía.
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Habiendo completado sus tareas. Los doctores empezaron a salir del recinto. Los guardias se alejaron de las
mesas.
Fueron saliendo uno a uno dejando solo al electricista y a un guardia, que acompañaba a los prisioneros. Los
últimos dos dieron su visto bueno. Los prisioneros se encontraban inertes pero despiertos. El banquero y el
psiquiatra miraban la puerta con ansiedad, ya que con ella se les iba la vida. Zel comenzó a reír histéricamente.
Chi miraba con ojos ausentes y Xenu seguía mirando el techo con ojos atormentados. Satisfechos de que todo
estaba en orden, el electricista y el guardia también salieron. Cerraron la puerta revestida en cobre, y caminaron
por el túnel. Al llegar al final apagaron las luces, y cerraron la pesada puerta de acero. Adentro los prisioneros
estaban en la más absoluta oscuridad y los gritos empezaron...
El locutor abordó al electricista, "¿Cuánto tiempo," preguntó, acercando el micrófono, "durará la energía para
mantenerlos vivos?" Volviéndose un poco molesto, el electricista contestó, "Cerca de setenta y cuatro millones de años,
quizás un poco más. ¡Un largo tiempo!" Un poco molesto por la lacónica contestación, el reportero buscó a alguien
más para la entrevista. Las aplanadoras llevaban la tierra a la entrada para cubrirla. Un ingeniero le habló a uno de
los conductores de las máquinas, "Asegúrense que no queden rastros de la entrada del túnel." Finalmente la gente se había
ido y la banda también. El Monte Xenu estaba otra vez sólo. No había señales del túnel. Una monótona brisa
llevaba algunas hierbas secas de un lado a otro.
Un débil grito se escuchó. Quizás una repentina ráfaga de aire, quizás... sólo el viento solitario.
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