miércoles, 27 de julio de 2011

LAS TORTURAS DE LA CIA 3- PAGINA 7

Ficcion_17
Más de uno de los presentes en aquella capilla donde sonaba la música del órgano podría haberlo atestiguado. Algunos habían trabajado al servicio de Gottlieb, creando situaciones y experimentos destinados a obtener datos de la oscuridad; impenetrable. Gottlieb fomentó que llevaran sus órdenes hasta el límite de las conjeturas, pero en ningún caso quiso que tuvieran en cuenta el aspecto ético de lo ordenado. Los países donde la tortura forma parte de la infraestructura de control han copiado los métodos que creó Sidney Gottlieb. En el año 2000, Amnistía Internacional elaboró una lista de más de cincuenta naciones donde todavía se utilizan estos métodos, en un orden alfabético que abarcaba de Angola al Zaire. En 1999, el régimen talibán de Afganistán utilizó parte de sus reservas en divisas fuertes para comprar más máquinas de electroshock como las que formaban parte del equipo de investigación de Gottlieb para conseguir el control psíquico. En Irán, Irak y Paquistán son frecuentes otros métodos que él defendía, como las drogas que provocan terror y los largos períodos de aislamiento. Precisamente debido a la autorización de tales métodos, el general Augusto Pinochet habría sido juzgado si la Gran Bretaña de la baronesa Thatcher no hubiera dejado que la campaña llevada a cabo en marzo del año 2000 permitiera el regreso del dictador a su país, tras dieciocho meses de confortable arresto domiciliario en una mansión de las afueras de Londres. Cuando Pinochet regresó a su país, siguió viéndose envuelto en la polémica. Sus partidarios lo acogieron como a un héroe, pero sus adversarios se mostraron cada vez más categóricos y exigieron que se lo sometiera a juicio. Se dijo que debería comparecer ante el tribunal de crímenes de guerra de La Haya, pero en junio de 2001 seguía llevando una vida cómoda en Chile, mientras su mente con frecuencia se perdía en la penumbra, y nadie sabía en qué estaba pensando. Mientras fue primera ministra del Reino Unido, Margaret Thatcher aprobó que sus fuerzas de seguridad en Irlanda del Norte emplearan los métodos de Gottlieb para quebrantar la voluntad de los presos del IRA. Entre estos métodos figuraba el de mantener a los presos encapuchados durante días y sometidos a un ruido intenso y continuo. En Israel se aplican métodos similares de modo habitual contra los sospechosos de ser terroristas árabes. El antiguo régimen del apartheid sudafricano utilizó tales técnicas hasta el último día de su estancia en el poder. Desde hace años, Marruecos, Siria y Egipto han ordenado a sus médicos que se familiaricen con los métodos de Gottlieb, y lo aprendido ha pasado a formar parte de sus técnicas de tortura. A Sidney Gottlieb le corresponde sin duda un lugar en el panteón del horror, junto a los genocidas y los asesinos en serie. Gottlieb fue un hombre poco atractivo, estrecho de hombros, de cuerpo enjuto, pulcro y de cabello siempre cuidadosamente cortado. Tenía aspecto de profesor universitario por su ajada cartera llena de libros y papeles, por su manera de hablar, por su voz cultivada que pocas veces se elevaba por encima del murmullo, y por una inigualada capacidad para prolongar un silencio en la sección de Technical Services. Esta sección de la CIA, conocida también por el nombre de Office of Scientific Intelligence, tenía una misión sucinta: «Aprovechar las líneas operacionales, los métodos científicos y los conocimientos que puedan servir para alterar actitudes, creencias, procesos de pensamiento y patrones de conducta.» Suponía una carta blanca para que Sidney Gottlieb hiciera lo que quisiera, contratara a quien necesitara y buscara cobayas humanas en cualquier lugar. Estableció un ritmo de trabajo agotador para sus ayudantes. Comía siempre en su despacho, picoteando comida pulcramente envasada —zanahorias crudas, trozos de coliflor y pan casero—, acompañado de una botella de leche de cabra de su propio rebaño. Contemplaba el dinero, la ropa y demás avíos del éxito con una actitud casi desdeñosa. Para él, el poder residía en una sola cosa: resolver el gran misterio del control sobre la mente humana. Algunos de los presentes en la capilla, aquel gélido día de marzo, consideraban que, en cierto modo, era un genio que había puesto todo su empeño en explorar las fronteras de la mente. Sin embargo no tenían intención de dar ninguna explicación, y las preguntas de los periodistas eran recibidas con frías sonrisas y gestos negativos. Aquellos hombres se tomaban muy en serio su anonimato y, a lo largo de los años, habían sabido mantenerse en los espacios vacíos de los organigramas que los periódicos trataban de componer y publicar. Sentados en los bancos, uno junto a otro, con guantes de cabritilla y bufandas anudadas al cuello para protegerse del frío, tal vez imaginaran lo distintas que habrían sido las cosas si aquel funeral se hubiera celebrado en otra época, mucho tiempo atrás, cuando Alien Welsh Dulles, el quinto hombre en dirigir la CIA, habría llevado el féretro con orgullo, pues admiraba profundamente a Gottlieb. El fue el primero en decirle: «Busque la clave del control de la mente humana.» Y la patricia figura de John Alex McCone, el sucesor de Dulles, habría caminado sin duda junto al féretro. También él había admirado a Gottlieb. En cambio no podía decirse lo mismo del séptimo director, William Francis Raborn. Durante los pocos meses que ocupó el puesto, evitó a Gottlieb como si el científico fuera un Merlín de nuestros días en pleno Langley. Por contra, Richard McGarrah Helms habría estado allí con toda seguridad si su mala salud no se lo hubiese impedido.pero lo cierto es que a la larga lo convirtieron en algo todavía más

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