viernes, 29 de julio de 2011

LAS TORTURAS DE LA CIA 5 - PAGINA 9

Durante los veintidós años que estuvo en la CIA ocultó su trabajo incluso a su familia y amigos más íntimos, y en sus conversaciones era poco preciso respecto a en la ocultación y ponía gran empeño en permanecer en la oscuridad. Cuando sabía algo no lo dejaba traslucir. Y casi todo el mundo daba por hecho que sabía todavía más; eso le ayudó a sobrevivir a las purgas que de vez en cuando barrían Langley con la velocidad de un ladrón nocturno. Algunos de los presentes en la capilla, que permanecían silenciosos en los bancos, con los ojos clavados en el ataúd, habían sido víctimas de los rumores corrosivos, de los discretos susurros que pusieron fin a más de una carrera profesional durante los largos días de sospechas. Recordaban a Gottlieb como un científico metódico y cuidadoso, aunque lo consideraban demasiado presto a experimentar mucho más allá de los límites de cualquier código ético. Sus defensores insistían en que «hizo lo que hizo porque eso era exactamente lo que hacía falta, y nadie podría censurárselo dado el contexto temporal». Sus detractores decían en cambio que en su trabajo para la CIA, Gottlieb era el prototipo de científico que, al pervertir la ciencia, contribuía a hacer del mundo un lugar más oscuro. Durante aquellos veintidós años dirigió experimentos inhumanos en una proporción cercana a la de los médicos nazis, los psiquiatras soviéticos que declaraban enfermos mentales a los disidentes y los mé-dicos japoneses que durante la Segunda Guerra Mundial llevaban a cabo vivisecciones con prisioneros. Al final no había diferencia entre ellos y lo que Gottlieb había hecho o autorizado a hacer en su nombre, porque no hay nada peor, más alarmante o más difícil de aceptar que la participación de un médico en semejantes tareas. Muchas de las víctimas de Gottlieb murieron, otras se volvieron locas, y muchas otras sufrieron daños psicológicos irreparables. Los experimentos que llevó a cabo o que ordenó realizar a otros supusieron una burla y una perversión de la ética médica. Tanto él como los demás, en lugar de curar infligieron malos tratos por una idea compartida: que lo hacían para proteger a Estados Unidos del comunismo —en última instancia al mundo libre—, y esta creencia reemplazó todo juicio moral. Sin duda, también se daba en ellos algo de la «banalización del mal», expresión empleada para describir los actos de los médicos del nazismo. Tal vez lo que los hacía más terribles era que tanto Sidney Gottlieb como sus colegas no vieron nunca nada malo en sus actos. Muchos de ellos eran abnegados padres de familia, y estaban convencidos de que llevaban a cabo una tarea divina combatiendo la impiedad del comunismo. Sidney Gottlieb, hijo de judíos procedentes de Hungría, pronto rechazó la fe de sus padres y prefirió probarlo todo, «desde el agnosticismo hasta el budismo zen». En el City College de Nueva York coqueteó con el catolicismo; en la Universidad de Wisconsin, donde se tituló magna cum laude en Química en 1940, fue luterano. Más tarde, tras obtener el doctorado en Bioquímica en el California Institute of Technology, abandonó la fe protestante al casarse con Margaret Moore. Antes de cumplir los veinte años, Gottlieb flirteó con el socialismo, aunque nunca tuvo carnet del partido. Cuando en 1951 decidió ingresar en la CIA, expuso ante el comité de selección sus creencias izquierdistas, pero éstas no influyeron en ningún sentido. Durante aquel período de la historia de la CIA, a ésta le resultaba difícil atraer a las personas adecuadas, pues a los ambiciosos se les ofrecían mejores oportunidades profesionales en el mundo docente o de los negocios, tanto en remuneración como en prestigio público. Lo que atraía a Gottlieb era el patriotismo y la mística que rodearía su trabajo. Siempre sabría más que sus compañeros del exterior. Y así fue. La Agencia le permitió trabajar dentro del marco de su ética, que dictaba que el fin justificaba los medios. Mientras aguardaban el momento de dar el pésame a la familia, los ancianos presentes en la capilla que lo habían conocido en aquella época recordaban muy bien todo esto y mucho más, y no habían olvidado cómo era Gottlieb en su mejor momento: poseía una gran resistencia física y una seguridad en sí mismo que compensaba con creces la deformidad de su pie. Tenía una constitución extraordinaria y era capaz de hacer que un día le rindiera como dos: sólo necesitaba cinco horas de sueño en tiempo normal, y durante largos períodos era capaz de trabajar con eficacia con tan sólo siestas de un par de horas. En esos casos, su voz nasal se hacía más cortante y pronunciaba con mayor precisión. Siempre sabía lo que quería y cómo quería que se hiciera. Poseía otras cualidades que lo convertían en un genio ante sus colegas: resolvía problemas con una velocidad asombrosa gracias a una mente pragmática y a un instinto especial para descubrir y explotar las aptitudes, motivaciones y limitaciones de quienes trabajaban con él. Le fascinaban los detalles. Daba gran importancia a los hechos, de los que almacenaba una enorme cantidad en la memoria, y siempre estaba listo para asimilar aún más. Sin embargo se concentraba por completo en la tarea que tuviera entre manos, todo lo cual lo convertía en una persona perfecta para ser el «asesino por todos los medios posibles» de la CIA. Otros de los presentes en la capilla, que ignoraban todo esto, lo recordaban como un esteta, no sólo familiarizado con las costumbres de las cabras sino muy versado en las antiguas civilizaciones. Gottlieb era para ellos un hombre amable, leal y considerado. Para Margaret, Sidney había sido el amor de su juventud, el primer hombre de su vida y el padre de sus cuatro hijos, dos chicos y dos chicas.sus responsabilidades.

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