martes, 5 de julio de 2011

REBELIÓN EN LAS ESTRELLAS CAPITULO 19

Ficcion_19

CAPÍTULO DIECINUEVE

Los cabecillas del Estado eran mantenidos en el Palacio. Tropas de Renegados estaban distribuidos

estratégicamente alrededor de las paredes, mantenían una barrera con pequeñas armas. Afuera una muchedumbre

de civiles era mantenida en su lugar por cercas y paneles de vidrios antibalas. En la plaza enfrente del Palacio

había varios vehículos armados y tanques azul y blancos.

Próximo al tanque, el General Arn, Mish y Rawl conferenciaban. "Seguro que están allí dentro," dijo Arn. "Todos ellos

como ratas en un agujero." Mish pegó con el puño contra el costado del tanque. ¡Maldición! Habló muy serio debido

a su frustración. "No puedes bombardear el lugar. Sus pantallas con la fuerza de gravedad harían detonar cualquier cosa que

cayera sobre ellos." Rawl se recostó contra el tanque moviendo su cabeza. "No, no. Tenemos que capturarlos vivos."

Señaló a un Capitán de la Policía de civil que sujetaba un altoparlante. Inclinado para que no le rebotara ningún

tiro, el capitán corrió al tanque arrastrando el cable del altoparlante detrás de él. Rawl puso un brazo en su

hombro. "¿No hay ninguna manera de que podamos sacarlos de allí?" El capitán se estremeció. "Podríamos tomar el lugar por

asalto." "¡Costará muchas vidas" "Llámelos otra vez," susurró Rawl. "¡Queremos capturarlos vivos!" Un hombre que se

hallaba en el frente de la muchedumbre que observaba, se volvió a su vecino, maravillado de lo que acababa de

oír. "Rawl recién dijo que los quiere capturar vivos!" Contento con la idea, sus ojos se iluminaron y puso sus manos en

forma de pantalla alrededor de su boca y le gritó a Rawl, "¡Captúrenlos vivos!" El murmullo aumentó al unirse más

gente al grupo. El capitán miró a la gente detrás de las barricadas, y una pequeña sonrisa iluminó su rostro.

Volviéndose nuevamente al palacio, prendió el altoparlante.

"Se les pide que se entreguen pacíficamente. A todos los Renegados del Palacio se les garantiza una amnistía y transporte fuera de la

Galaxia. A todos los Oficiales se les hará una Corte Marcial. Salgan sin armas y con sus manos sobre la cabeza."

En una ventana, un Capitán daba vueltas a esas palabras en su cabeza. Escuchó al pueblo que gritaba –

"Atrápenlos vivos!"

Suspirando levantó su rifle y apretó el disparador. El arma hizo un sonido vacío. Miró la calle otra vez y se alejó

de la ventana en retirada. Una de las puertas del Palacio se abrió de golpe. Varios rifles cayeron al suelo en los

escalones del frente. La puerta se abrió aún más y un grupo de andrajosos Renegados, con quemaduras de

pólvora en sus caras, salieron en desorden con sus manos en alto. El Oficial les ordenó a sus hombres en

uniformes azul y blancos, "¡Paren el fuego!" Los hombres que se rindieron fueron puestos en un camión. De

repente una ráfaga de proyectiles salió del Palacio, matando a tres de los Renegados. El Oficial se arrodilló y

devolvió el fuego. Manteniendo aún el rifle en sus manos, el Renegado se quedó un minuto demás en la ventana,

después con una cara de agonía, ya que el tiro le había dado en el abdomen, cayó por la ventana al pavimento.

Viendo eso, el ceño de Rawl se volvió a fruncir. Le comentó a Arn, "Todavía hay un montón de fanáticos!" Arn

mirando el Palacio asintió ausente. Rawl miró su pistola, y comprobó su carga. Levantando su cabeza hacia Mish,

se dirigió al Palacio. "Ven conmigo Mish." Saliendo de su meditación Arn tomó a Rawl del brazo alarmado, "No!"

Pero ya se habían ido agazapados. A un lado iba un carro armado para protegerlos del fuego. Las explosiones no

afectaban al carro. Decidieron que lo menos que podían hacer para mantener al enemigo ocupado. Arn les gritó a

sus hombres, "A todas las tropas, fuego a las ventanas del Palacio!" Amparados por el carro y mirando a Mish sacó una

moneda del bolsillo y la revoleó por el aire.

"Cara," eligió Mish. Rawl ni miró la moneda; tampoco no se la mostró a Mish. "Perdí," dijo, cortando las protestas

de Mish. Saltó a los escalones del edificio, rojas explosiones lo rodearon, pero él siguió corriendo. Mish lanzó una

maldición. Viendo que le iban a disparar a Rawl desde una ventana, apuntó rápidamente y disparó. El arma del

hombre explotó en su mano. Mish miró ansioso como Rawl atravesaba las puertas del Palacio, Diablos! No

dejaría a Rawl solo allí. Se levantó y corrió a reunirse con él. Adentro Rawl esparció disparos por el vestíbulo.

Viendo una sombra en el balcón levantó el arma y disparó. Miró asombrado cuándo alguien pasó a su lado

corriendo hacía las escaleras. Viendo que era Mish, sonrió – pero no estaba sorprendido. Se quedó abajo para

cubrirlo, hasta que vio que había subido. El también lo hizo. De espaldas a la balaustrada ninguno vio como se

abría la puerta de una oficina, ni vieron al hombre de uniforme gris verdoso tomar puntería. El tiro le dio a Mish

en el costado de la cabeza, con una mirada de asombro, su arma volando por los aires, cayó de espaldas por toda

la escalera. La cara de Rawl palideció cuándo vio rodar a Mish. Después se volvió para ver como la puerta se

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cerraba. Corrió hacía ella, lanzó la carga completa de su ametralladora, la puerta cayó para atrás. La pateó y entró,

con su arma en posición de tirar. Pasó la vista por la habitación, detrás de la mesa se escondían dos Policías

Secretos, un tercero se estaba levantando después que la puerta lo había tirado. Levantó su arma.

Todavía en shock, por la pérdida de Mish, los reflejos de Rawl fueron rápidos.

Instintivamente y sin pensar mató a los tres hombres y luego siguió disparando hasta que no tuvo más

municiones. Después que vio que los tres habían muerto, se calmó y sacó la furia de su mente. Saliendo miró por

encima de la balaustrada a la derrumbada figura tendida al fondo de las escaleras.

Por un momento dejó que la tristeza se apoderara de él, Mish había sido su mejor amigo.

"¡Maldición, maldición, maldición!" Después, tristemente, determinado a terminar su cometido, se movió por el

pasillo. En la calle Lady Min se había reunido con el General Arn junto al tanque, su cara pálida y en tensión

miraba al Palacio. Estrujaba sus manos nerviosamente, Oh Dios! Que vuelva vivo... Con el eco del sonido de sus

botas, Rawl corría por el pasillo, abriendo puerta tras puerta, hasta llegar a la última un poco más adornada, y con

una placa que decía que era la oficina de Xenu. Tomó el picaporte y le dio vueltas. Abrió la puerta salvajemente y

entró. A primera vista la oficina parecía vacía. Cortinas de terciopelo rojo colgaban ladeadas, una alfombra roja

desordenada y cubierta por papeles y armas descartadas y una mesa negra llena de expedientes. Rawl miró todo,

después su vista se posó en el suelo debajo de la ventana.

Allí había cinco hombres desplomados. Rawl avanzó cauto hasta ellos y se paró delante y los contempló. Zel

palideció de miedo, Chi jadeando – sus manos alzadas para tapar el horror. Sty estaba acostado tieso, como si

fuera uno de sus propios pacientes, o quizás otra víctima. Chu el banquero no quería mirar a Rawl, estaba

vomitando de terror y por último Xenu, un poco más compuesto que los otros. Los labios de Rawl se curvaron.

"Bueno", aquí estaban. El alma del caos. Ahora no eran tan valientes. Pero todos eran criminales, pero

básicamente cobardes de corazón. Rezando para que Rawl no se diera cuenta, Xenu entrecerró sus ojos y miró al

piso hacía dónde tenía su mano derecha. Había allí una pistola que lo miraba como invitándolo a tomarla. Crispó

su mano lentamente tratando de alcanzarla, mientras seguía mirando a Rawl, que a su vez miraba a los otros

cuatro. Su mano se hallaba cada vez más cerca y Rawl no se había dado cuenta. Con un rápido movimiento Xenu

tomó el arma. Pero por suerte Rawl con el rabillo del ojo lo vio en el momento mismo en que Xenu acercaba la

pistola. Con una certera patada en la mano, Rawl hizo volar el arma, que se descargó sin hacer daño a nadie.

Luego pateó el arma al fondo de la oficina. Como había fracasado en su intento de suicidarse, y no había más

armas cerca, Xenu se sumió en una honda desesperación.

¡Hijos de puta! Estaba perdido, perdido, perdido. Captando la mirada de odio de Xenu, Rawl se acercó a la

ventana y rompió el vidrio con la culata de su pistola. Manteniendo a sus prisioneros vigilados, se asomó por la

ventana, agitando su gorra a la gente que se hallaba abajo. "¡Están vivos!" La muchedumbre gritó y aplaudió con

aprobación. Las lágrimas descendían por las mejillas de Lady Min, cuando frenéticamente agitaba sus manos para

captar la atención de Rawl. Las bocinas y las campanas aumentaban el bullicio. El regocijo atravesaba la ciudad

por las noticias de la victoria. Uno de los grupos logró pasar las barricadas y se acercaba gritando con júbilo al

Palacio. El júbilo era contagioso, Rawl también sonreía al ver el tumulto abajo. Cuándo logró distinguirla a Lady

Min en el gentío, le sopló un beso.

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