lunes, 1 de agosto de 2011

LAS TORTURAS DE LA CIA 8- PAGINA 12

Tristeza
Cuatro años más tarde, cuando ya era oficial, empezó la Guerra de Corea. Buckley fue de los primeros en conducir a su generación a la mugre y el desbarajuste asiático. A los pocos meses ganó la primera Estrella de Plata, la medalla al valor que concede el ejército, por destruir en solitario un nido de ametralladoras. Poco después lo ascendieron a capitán. No tardaron en llegar dos Corazones Púrpura por las heridas recibidas en combate. El primero lo obtuvo por destruir otro nido de ametralladoras norcoreano, pese a haber recibido un disparo en el brazo. El segundo cuando condujo a sitio seguro a su sección, apartándola del campo de batalla, y luego regresó al combate, donde disparó con una ametralladora contra el enemigo, causándole numerosas bajas. Aquella noche se emborrachó y bailó hasta el amanecer en un burdel. A partir de entonces lo llamaron el Hombre de Acero. A finales de 1953 regresó de Corea, sin saber muy bien qué hacer. Sus superiores habían insistido en que se dedicara a la carrera militar, pero nada le garantizaba que apareciera otra Corea para satisfacer su ansia de acción. En aquella época la CIA buscaba hombres a los que formar para operaciones encubiertas, soborno de funcionarios extranjeros y asesinatos. Necesitaba agentes que comprendieran que, tras la Guerra de Corea, la amenaza comunista debía analizarse a escala mundial. La CIA consideraba que le correspondía el papel de contener e impedir aquella amenaza y quería agentes que supieran en qué momento debían cargar contra el enemigo. La CIA quiso que Bill Buckley formara parte de aquel instrumento secreto y letal de la política extranjera de Estados Unidos. En marzo de 1954 citaron a Buckley en Langley. Allí, en una sala de reuniones con las paredes pintadas de color crema, amueblada únicamente con dos sillones, el encargado de reclutamiento le hizo una proposición. Si Buckley accedía a someterse a una serie de tests y a un duro curso de entrenamiento especial, lo contratarían como agente de operaciones. Le dijeron que se tomara el tiempo necesario para decidir, porque el compromiso sería duradero. Bill Buckley no lo dudó un instante y aceptó en el acto. A los tres días lo enviaron a la escuela de formación en Fayetteville, en Carolina del Norte. De aquella época diría: «Fue muy dura. Todo el tinglado estaba pensado para determinar en qué condiciones mentiría una persona y qué la llevaría a decir la verdad, para poner a prueba la capacidad de los que tenían que trabajar sobre el terreno. Lo aprendí todo sobre buzones mortales, cómo intervenir teléfonos o enviar mensajes con tinta invisible. Era bastante básico. Había también mucha cuestión física, como que te hicieran levantar de la cama, te llevaran para interrogarte o te mantuvieran encerrado a solas. Cosas de ésas que se suponía que harían los rusos o los chinos si nos echaban el guante.» Fue el único de su clase en superar el examen. Años más tarde recordaría la inmensa «sensación de orgullo y triunfo» que experimentó la primera vez que entró en el vestíbulo principal de Langley y se detuvo para examinar el emblema de la Agencia incrustado en el mármol del suelo. Era un águila inserta en un círculo, en la parte superior del cual aparecían las palabras «Central Intelligence Agency», y en la parte inferior «United States of America». Al instante sintió que aquél era su sitio. Lo esperaba un hombre que fue haciéndole algunas indicaciones por el camino mientras lo acompañaba a su despacho. En el primer piso estaba la biblioteca y una pequeña enfermería, junto con la caja cooperativa de los empleados, la oficina de viajes y el servicio de mecanografía. También había una cafetería dividida nítidamente en dos áreas, ambas vigiladas por agentes armados. Una de las zonas estaba destinada a comedor del personal, y todos tenían que enseñar una tarjeta de identificación para entrar. La otra mitad era para los visitantes, que entraban y salían siempre escoltados. Como todos los empleados, pagaban lo que consumían. El acompañante de Buckley le explicó cómo funcionaban los ascensores. Uno de ellos era para uso exclusivo del director; únicamente él tenía la tarjeta que le permitía acceder al ascensor para ser conducido rápidamente al piso más alto. Los otros ascensores sólo se detenían en determinados pisos, entre los que se encontraban los de la sección de historia o las oficinas del jefe del equipo jurídico y de sus empleados. Buckley había sido destinado al Directorate of Operations, la vertiente clandestina de la Agencia. Empezaría a trabajar como analista. Esperaba un trabajo más dinámico pero no se sintió defraudado. Tenía la sensación de que ya llegaría su momento. Le dieron una guía de teléfonos internos —tras firmar el correspondiente recibo— y le advirtieron que al salir del despacho cerrara siempre con llave. Aquél fue el primer contacto con la burocracia que impregnaba la Agencia: debía informar a un superior de cada paso que daba. Tras varios meses «mordiéndome las uñas», lo trasladaron al Department of Science and Technology para un proyecto llamado MK-ULTRA que tenía como objetivo el estudio de medios para controlar la conducta humana y que se encontraba bajo el control general de Sidney Gottlieb.

No hay comentarios:

Publicar un comentario